martes, 12 de junio de 2007

León de Biblioteca


Hoy hice veintitrés amigos nuevos.

Sus edades fluctúan entre los tres y los cinco años y son los alumnos de un colegio que está comenzando a operar aquí en Gijón, frente a un parque llamado Los Pericones, en la zona conocida como Ceares (uno de los "suburbios", a los que puede uno llegar andando).

Literastur, los organizadores del Salón Iberoamericano del Libro, con el cuál colaboré el mes pasado, me extendió una invitación para hacer un cuenta cuentos con estos pequeños, que se hicieron meritorios a un reconocimiento especial, por haber acudido al Salón, aún pese a la huelga de transportes que afectó por varios días la ciudad.

Son niños muy pequeños y les entusiasma particularmente leer.


El libro que les leí es este: León de biblioteca, de Michelle Knudsen y Kevin Hawkes.

Lo elegí por muchas razones, principalmente sentimentales (ya lo saben, yo soy así) y porque cuando lo "interpreté", por primera vez, con los niños del Salón, fue algo muy divertido.

No es un secreto que me gustan los niños, que me relaciono muy bien con ellos, que les tengo paciencia las más de las veces, y que me recuerdan una profunda ternura.

Así que hoy me reuní con los veintitrés niños y les leí el cuento.

Me senté en el suelo, me revolqué, rugí, corrí, hice voces... y los niños reían, se entusiasmaban, inclusive se conmovían. Y para mí fue una revelación (por no decir una verdadera epifanía) hacerlo: hasta este punto, siempre había hecho cuenta cuentos con mis sobrinos o con los hijos de mis amigos (que no siempre son mis sobrinos), pero realmente no con extraños. Alguna vez Mónica (mi hermana, que es licenciada en educación preescolar) jugamos con la idea de hacer un cuenta cuentos con sus alumnos, pero nunca lo pudimos concretar. (Gordita, te prometo que cuando esté de vuelta en México lo hacemos... hasta llevo mi libro para hacerlo) Y es algo que me encantaría, no sólo por los niños, sino por hacer algo con mi hermana.

Estoy sorprendido con las reacciones, la atención y la ternura de los niños. Jugaron conmigo y yo con ellos. Fue algo que me dejó una gran satisfacción y quiero volverlo a hacer.

Me he convertido en un león de biblioteca.

4 comentarios:

CRISTINA dijo...

Quizás hoy, Cane, hayas despertado en alguno de esos niños una afición por la lectura que continuará para siempre...
Quizás uno de esos niños dentro de diez años sea un ávido lector, y lea tu libro...
Habrá alguno de ellos que escribirá un blog...
Quizás alguno de esos veintitrés escriba, ya de mayor, un poema, un relato, una novela...
Y puede que ese niño recuerde que todo empezó cuando un mexicano, en Gijón, un día, le habló de un león...

Anónimo dijo...

Los niños preescolares son una delicia. Especialmente si se comparte con ellos su intuición y magia, como hiciste tú. Cuando se los lleva uno a la casa, con los berrinches y las peleas, pierden un poco su encanto, jeje.

¡Qué bonita experiencia! Opino como Cristina, uno nunca sabe que siembra en las personas, especialmente en las mentes tan jóvenes y nuevas como las de estos chiquitos. Ojalá puedas repetir la experiencia y ampliar tu repertorio de cuentos.

Un beso y ánimo en este día gris.

Te quiero mucho

Anónimo dijo...

Qué bonita historia la de los niños. Estoy convencido que acabaron encantados.

abrazos!

Anónimo dijo...

Hubiera pagado por verte, Miguel. Me parece fantástico que la cosa no se limite a sentarse y leerles haciendo voces: eso de rugir, revolcarse... Deben haberse divertido como locos.

Te admiro además, porque yo no soy pacienzuda. Al menos no lo soy así, en pelotón. Lo soy con niños a los que me ata algún lazo afectivo... pero sé que de a 23, seguro que me superan!

En este caso, es como dice Cristina: quién te diga, que uno de esos chicos recuerde que una vez, un señor muy alto mexicano...

Un abrazo
P.