¿Y para qué...?
La pregunta, cándida, es: ¿qué escribes?
¿Y para qué?
Y yo pienso.
¿Qué escribo? ¿Para qué escribo? O igual: ¿para quién(es)?
¿Qué es escribir, sino el intentar dar alguna forma -- con lenguaje, con imágenes- a elementos muy arraigados en nosotros, en nuestras vidas privadas, esas vidas que transcurren al margen de las vidas felices de los demás y que pueden serlo también, a su manera, aún del otro lado de un cristal?
Son todas esas pasiones inexplicables, esas ternuras gratuitas, esos desencantos y heridas que nos marcan en silencio; los gozos, alegrías y enigmas permanentes en el esquema de todo, que nos piden (o no nos lo piden, sólo lo hacen) ser externados, transformados en algo escrito, algo que debe ser dicho: la vida, cuando somos dichosos, se desboca como un potro al galope; la misma que, cuando nos sentimos absolutamente miserables, llora como una tortuga que desova; y acaso sea cierto que el esfuerzo de escribir, es tanto para captar la velocidad y el brío, como el sollozo y el ardor.
Al menos, siento que así es para mí.
Es una necesidad, una urgencia, un deseo como el de comer o beber; quizá más.
Una manera de expresar lo que siento, lo que me urge, lo que hago para otros ojos, aparte de los míos.
Todos los que escribimos (publicados o no, leídos o no) tenemos la intuición, quizá preternatural o instintiva, de que la intención secreta de nuestro trabajo al escribir [escribir lo que sea: un poema, una novela, un artículo periodístico, hasta una mísera cartita] es rescatar del olvido algo; algo que para uno es hermoso, irremplazable, de un valor infinito para nosotros mismos -- y posiblemente sea sólo para uno: el que escribe- para de algún modo transubstanciar el gozo y el dolor, para darle una chispa de vida, un intento de trascendencia o acaso, la arrogante pretención de una permanencia, incluso, uno cree, en el paroxismo de la emoción, de proporcionar algún significado en los ojos de alguien más.
Quien nos leerá.
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A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón
y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa
igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces y caminar por la casa
evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas,
pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche deshace tu máscara
y la pierde.
- José Carlos Becerra
El Otoño Recorre las Islas
(1969)
- José Carlos Becerra
El Otoño Recorre las Islas
(1969)
Comentarios
Se te quiere, besos babeados
V.V.
Yo te leo.
Un beso.
Me gusta el poema. De ese libro me gusta mucho uno que, ahora, no recuerdo el título. Lo busco y te digo.
abrazos
Hope all is well.
Much love
Carol