jueves, 22 de noviembre de 2007

Jackie, bañada en sangre



Bouvier till her wedding day
shots rang out and the police came
mama laid me on the front lawn
and prayed for Jackie's strength
Tori Amos
Jackie’s Strenght
(1998)

La imagen de la joven primera dama aún está manifiesta en la memoria colectiva de los que ni siquiera estaban ahí: cargada de flores en la pista de aterrizaje del aeropuerto Love Field, al lado de John, el hombre que es su marido pero a quien ha tenido que compartir no sólo con tantas y tantas mujeres –entre ellas la más famosa starlet de Hollywood que el verano anterior se convirtió en leyenda– sino con todo el globo, de ambos lados de la Cortina de Hierro.

Esta es una tarea difícil para cualquiera, pero de crianza ella es fuerte, carismática, elegante. Charles de Gaulle dijo, quizás en broma, que era el arma secreta ideal de su marido como presidente. Tal vez. Lo cierto es que ella es, en este momento en que llegan a Dallas-Fort Worth el 22 de noviembre de 1963, tan o más esperada y deseada que él.

Avanza siguiéndolo, en un fabuloso traje sastre de Chanel en rosa y negro. Recibe muestras de amor de la gente, la misma que lloró cuando hace meses murió su hijo prematuro, la misma que se volcará angustiada a las calles en unas horas más, cuando la señora Kennedy se convierta en la viuda más famosa del mundo.

Lo que ocurría en las cámaras nupciales de los Kennedy será, ad infinitum, objeto de incesante elucubración. Especialmente en lo que respecta a la espigada morena que se casó con el rubio heredero el 12 de septiembre de 1953, cuando él ya era senador de Massachusetts. El cúmulo de sus infidelidades se antoja manido, donde el verdadero enigma es ella y la obsesión que provoca en generaciones enteras es muestra irrefutable de ello. La vida de JFK no es ni siquiera un ápice de lo intrigante que es la de su mujer, aun si su magnicidio sigue siendo objeto de debate, manía y perturbación.

¿Quién tiró del gatillo? ¿Quién salpicó de sangre el hermoso traje que Jackie trajo de París?

Esas y otras son las preguntas que muchos se hacen, casi tanto como anhelan saber, en un momento dado, dónde está aparcado el Lincoln donde él se dobló hacia su esposa de una década (de sinsabores y reconciliaciones), y qué fue del traje rosa salpicado en el marrón de su sangre.

El porte era Bouvier, pero el dinero que ayudó a conformar la postura, definitivamente era Auchincloss.

Janet, la madre no era tonta. Había conocido el hambre en varias formas y vio en sus hijas la posibilidad de trascender al medio, apartarlas de la upper-middle-class que fue su cruz y lanzarlas a las ligas mayores: Jacqueline fue su mejor creación, donde Lee, la menor, dio muestras de aptitud pero resultó volátil, inestable, demasiado humana para resplandecer y elevarse a la esfera de joven diosa como su hermana, elegida con conocimiento de causa por Joseph y Rose Kennedy para entrar al clan.

La chica que primero captó la atención del país al ir embarazada –como María rumbo a Belén– siguiendo a su marido por el sinuoso camino hacia la Casa Blanca en el otoño de 1960, compitiendo con el convencional y soso Richard Milhouse Nixon, cuya lacia aunque cordial Pat estaba a años luz de parecerse a la Princesa prometida que convirtió, sin saber lo que haría siquiera, a Washington DC por espacio de tres años en un Camelot y a su marido en lo más parecido que ha tenido Estados Unidos a un auténtico Rey.

Dallas ha crecido de manera monumental y pareciera no querer acordarse de que ese crespón negro la envuelve totalmente por default.

Sin embargo, hay gente que hoy lleva flores al lugar y todas las televisoras repiten aspectos de la película Zapruder, tomada in situ durante esos segundos en que la duramadre de John –el buen, simpático Jack, que (irónicamente) gustaba de los habanos incluso después del fiasco aquel de Bahía de Cochinos y que soñaba con llegar a las estrellas, y no sólo las de la pantalla– vuela en pedacitos y mientras, rápidamente, él se desploma sobre Jackie, bañándola en sangre y masa encefálica.


Esos segundos en que ella, tan joven (34 años entonces) grita horrorizada –uno sólo puede imaginar su alarido, primitivo y alarmante– antes de tratar desesperadamente de salir del auto, extendiéndose sobre la cajuela, imagen que dio la vuelta al orbe, es una histórica y también un ejemplo de lo que es la paradoja de la gracia bajo presión: durante esos segundos de pánico su característico sombrerito pillbox –accesorio por excelencia en aquella época, inmortalizado por ella– en ningún momento se separó de su bien peinada cabeza.

Mrs. Kennedy mantuvo su estilo particular intacto, pese a la sangre sobre su ropa. Visto desde hoy, se trató de un movimiento simbólico muy importante dado por la mujer, que quizá pudo ver incluso más allá que Lyndon B. Johnson, a quien parecía a punto de traicionarlo la impaciencia mientras hacía su toma de protesta en el Air Force One, con Lady Bird a su lado, mientras la viuda veía todo con una dignidad casi de concreto.

No importa lo que se diga acusándola de superficial: nadie podrá tachar jamás a Jackie de haber sido estúpida.


La flama eterna sigue ardiendo en el cementerio de Arlington, donde John fue llevado a su última morada en uno de los más impresionantes despliegues de poder jamás vistos en forma de un funeral. Sólo las exequias de la Reina Victoria –el 2 de febrero de 1901– y las de Lady Diana Spencer (en septiembre de 1997) se hallan a la altura en los anales de la historia occidental.

Jackie cambió entonces su atuendo (el traje rosa no se lo quitó sino hasta llegar al 6500 de la Avenida Pennsylvania) por un traje negro, con un velo sobre su cabeza y tomando de la mano a sus pequeños –Caroline, entonces de seis años y John-John, de trágico futuro, pero en esa mañana, de tres recién cumplidos– permitió que la fotografiaran.

Su figura de sereno desconsuelo y decoro a toda prueba se reflejó (y uno no puede evitar pensar que ella lo sabía) como la proverbial bofetada con guante blanco sobre los sucesores de su familia.

Había terminado una época de oro en el país y se avecinaban los años más recrudecidos de la Guerra Fría.

La viuda –ahora sí– salió con majestad al frente del cortejo, escoltada por Bobby Kennedy, quien, al fungir como procurador de Justicia de la nación, era el orgullo del nepotismo de su difunto hermano mayor y que en pocos años lo seguiría primero en la ruta hacia las primarias por el Partido Demócrata y después al más allá.

La señora no llegaría a ocupar su discreto lugar bajo la flama eterna y junto a su primer marido (al que de veras amó, dicen) sino hasta finales de mayo de 1994, cuando el linfoma que en secreto había combatido por meses, por fin terminó de consumirla, aunque éste no pudo acabar con su legado del mismo modo en que con sus células.

Su segundo matrimonio con Aristóteles Onassis en 1968 tuvo todos los elementos de una tragedia griega moderna (incluyendo a una neurasténica hijastra que la abominaba; la inefable Christina) y terminó en 1975 a la muerte de él, convirtiéndola no sólo en una viuda célebre, sino también muy rica.

No obstante, es muy posible que durante esos años de languidecer ociosa en la Isla de Skorpios o después, cuando fue editora de libros y socialite, metamorfoseándose, como Greta Garbo, en una de las quimeras vivientes de Nueva York por años, volviera una y otra vez a ese breve instante en que sonaron dos tiros en el aire y su Jack se quebró ante ella.

Silenciosa acerca del instante para la posteridad, Jackie, bañada en sangre, pasó a la historia desde esta curva en una avenida poco transitada de Dallas, en un lugar que posiblemente muchos no recuerdan, pero que contribuyó a crear un mito que comenzó hace poco más de cuatro décadas y es parte de la mitología contemporánea de un país, que no conseguirá olvidarla, ni al asesinato que cambió la cara del mundo en que hoy vivimos.

4 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

inquietante y resbaladiza semblanza...

Besos

Anónimo dijo...

Cronica del magnicidio desde el prisma de la alta costura. Original punto de vista.

*ஐღ Mì†a ღஐ* dijo...

No tenía una belleza fuera de lo comun, pero tenía una personalidad que pasará a la historia.

Bella semblanza a pesar de ser un hecho sangriento.

Saludos
Arrivederci

Sebastiana dijo...

I always get this weird feeling when I listen to this Tori's song...