Todos estamos hechos de estrellas
Me gustaría, si es que me lo permiten, llevarlos ante una escena:
El hombre es Cary Grant y la mujer es Ingrid Bergman. El nombre de la película es Notorious, de Alfred Hitchcock.
Aquí se le puso en español Tuyo es mi corazón y en España se le llamó Encadenados. La producción data de 1946.
El niño en la sala del cine Bella Época, cumplió siete años hace poco. Es el otoño de 1981.
Mientras come palomitas, pronto se va absorbiendo en la trama: ve cómo Alicia Huberman, rubia, atribulada y de gélida elegancia, se involucra en una operación de espionaje que podría costarle hasta la integridad física. Él, moreno y con aplomo, es el agente Devlin. Es él quien la lleva a Sao Paulo a descubrir a una peligrosa red de criminales Nazis... conforme el peligro se torna inescapable, las palomitas quedan en el olvido.
Mi abuelo señala a Ingrid cuando la cámara se acerca a su rostro perfecto, a sus ojos claros. Cómo captura y refleja su cabellera la luz; la expresión de su rostro, que contiene un amor borrascoso y al mismo tiempo, una serenidad escarchada...¡y la voz! ¡Escucha la voz!
La dicción perfecta que causa adicción. El niño cierra los ojos un instante. Cuando pase el tiempo, no volverá a recordar la voz de su abuelo, pero sí la de Ingrid.
Esto es acercarse por primera vez al templo.
Ahora, la escena cambia en la pantalla. Alicia/Ingrid, ya casada con el conspirador (interpretado no sin una cierta empatía por Claude Raines) recibe a Devlin/Cary en casa, durante una fiesta. Tiene en su poder la llave que podría revelarlo todo.
Juntos, se apartan de los mirones del mundo, y de pronto, quedan uno en brazos del otro. Ella se estremece de temor y deseo: él se acerca, aproxima los labios a los de ella, que se abren, se separan muy despacio. Lo recibe, se entrega, con todo su temor, su angustia, su deseo.
Adiós, palomitas de maíz. Adiós, abuelo.
Hitchcock me rapta y yo observo. Estoy ahí. Ahora mismo vuelvo ahí, a esa sala que hoy ya no existe (es una librería enorme, aunque casi estéril). Si me esfuerzo puedo oír cómo se aceleran los latidos del corazón de Ingrid.
Mi abuelo (ahora lo comprendo) me ha iniciado en lo que será mi verdadera religión. Estos son algunos de mis primeros íconos. Ya he visto otras películas que no son animadas, entre ellas Desayuno con diamantes... pero nada se compara con mi primer Hitchcock y mi primera Ingrid y mi primer Cary Grant.
En algún lugar de su interior, el chiquillo que fui se postra como ante un altar, o ante un milagro. El beso es prolongado y tomado tan de cerca, que es como estar ahí, ser la única otra persona en la habitación. Cuando ya sea adulto y lea acerca del rodaje, me enteraré de que fue polémico y considerado casi pornográfico.
Pero en ese momento sólo sé que estoy ante el momento que Bataille después describiría como la presencia del acto: estoy descubriendo la pasión humana en celuloide.
...y me gusta.
Cary Grant se tatúa en mi mente y corazón de niño, igual que Ingrid.
Esa sonrisa espléndida y a la vez descuidada, esas manos tan enormes, esas facciones hermosas que van muy bien juntas -- incluso con las imperfecciones que la cámara, enamorada como está, pasa de largo.
También atesoro su voz y su estatura.
Acaso será él uno de los parangones contra los que mida a las manifestaciones de mi propio deseo. Él es valeroso e inteligente, como ella, radiante de carisma.
Son dioses magníficos, soles que me iluminan, me acarician.
Al final de la película, sentiré que no volveré a verlos. De vuelta a casa, busco en viejas revistas fotografías de ellos y las recorto. Me hago un collage que guardaré bajo la almohada. Alguien me dijo (o se lo dijo a alguien más y yo lo oí), que si guardas la foto de alguien bajo tu almohada le soñarás.
Por supuesto, no es verdad, pero a los siete años creo. Quiero creer. Quiero a Ingrid y a Cary. Los adoro por completo en ese preciso momento que ahora se me vuelve tangible, como lo era el pánico cuando en la secuencia climática, ella acerca a sus labios la letal tacita de té.
Es el principio de un culto que irá acumulando figuras, iconos, altares. Otros dioses distintos, algunos de los cuáles están vivos ahora y otros no. A algunos los conoceré, podré tocarlos.
Me verán también.
Pero Cary e Ingrid son los primeros.
De mi abuelo aprenderé a creer en ellos.
A venerarlos.
Todos aprendemos.
Y como bien lo dijo Moby: We all are made of stars.
Cada uno tiene su propia bóveda celeste dentro.
Comentarios
Un abrazo!
¿Diste una charla sobre Notorious? ¡Qué estupendo!
Es como la primera vez que uno acude a una boda o a un bautismo u otro ceremonial: nunca lo olvidas, no del todo.
Un abrazo grande hasta el norte!
M