Pero hoy...
...es 11 de septiembre.
Hay dos motivos por los que todos recordamos esta fecha: naturalmente, uno es el golpe de estado en Chile (1973), otro es el horror en Manhattan (2001).
Nueva York se mete en uno mediante el andar.
Así es que, cuando voy, hago paseos por ahí, con mi mente -- a la manera de Laura Palmer-, envuelta en plástico; todo lo que puedo lo observo. Al caminar ahora por la calzada de Battery Park, que se extiende frente al río Hudson como el último bastión de la isla, es evidente la ausencia de los monolitos gemelos.
Su destrucción, vivida por todos, ya fuera en vivo y a todo color, o a través de la televisión una mañanita soleada – de hecho, me dicen mis amigos locales que las condiciones climatológicas ese día eran óptimas, era el día más hermoso del año-, su caída fue un momento que trascendió a todos los medios y cambió la historia. Miles de personas arrastradas en un calvario.
Ustedes lo vieron por TV, o en la red.
Encontrarme con ese territorio ceremonial conocido como "Zona Cero", siempre me hace pensar en que hay no sólo en esa ciudad, sino en lugares insospechados alrededor del mundo muchísima gente que extraña a los que no volvieron, que está de algún modo conectada a la tragedia: desde los superejecutivos hasta los garroteros ilegales; hombres y mujeres, negros, orientales, caucásicos, hispanos, judíos, católicos, protestantes, homosexuales y héteros; una vez más, irónicamente, surge la melting pot que es el auténtico símbolo de Manhattan desde hace siglos: un crisol de todas las culturas unidas en la vida y en la muerte. Lo mismo, también pienso en un niño que cumpliño hace poco cinco años y que vive en Canadá, con sus abuelos maternos.
Me pregunto si ya habrá empezado a cuestionarse su ausencia. Si habrá visto los rostros en alguna fotografía. Si sabe lo que le ocurrió a su madre y a su padre. Si algún día alguien podrá explicárselo.
Mi amiga Jeane tenía 29 años la mañana del 11 de septiembre de 2001.
Hubiera cumplido 30 el 16 de julio siguiente.
Tenía dos años casada y ocho de vivir con Mariano. Eran padres de un bebé de siete meses que se llama Luciano. Juntos trabajaban para Cantor Fitzgerald Securities, Inc., en la torre norte del World Trade Center, piso 102. Desde ese día nunca más aparecieron.
¿En esto se puede resumir una existencia en común? ¿No son más que estas palabras?
Conocí a Jeane, hija de padre canadiense y madre mexicana, porque su hermana fue mi compañera en la universidad. Ambas hablaban perfecto español. Jeane (su segundo nombre era Isabel) y yo simpatizamos siempre, aunque realmente no fuimos amigos hasta el verano de 1997, en Nueva York, ciudad donde ya vivía ella.
El encuentro fue organizado por su hermana, quien al saber de mis vacaciones me sugirió que la buscara a. A partir de entonces, se hizo ritual entre nosotros el encuentro cada vez que por trabajo o placer yo visitara la gran manzana. Fue gracias a Jeane que asistí a mi primer musical de Broadway – que no fue el consabido Cats, sino una joyita llamada Ragtime-, también con ella y Mariano que cené un par de veces en el hoy extinto Windows on the World y gracias a su experiencia, conocí algunos restaurantes que no figuran en las pretenciosas guías y descubrí tiendas de libros y curiosidades que no forman parte del circuito habitual del shopping.
Además, encontré en ella una generosidad innata, una alegría contagiosa ante las cosas más simples, como puede ser un anuncio espectacular que llamaba su atención, o un músico callejero que tocaba pedazos de tubería a manera de percusiones o una larga caminata frente a los aparadores de la Quinta Avenida. “Me gusta vivir aquí,” decía “porque siempre pasa algo, siempre hay algo. Está siempre en movimiento”. Esas son las imagenes de ella que tuve en mi mente al ver caer las torres por televisión, tanto tiempo después.
En ese momento no recordaba en qué torre ni en qué piso estaba, sólo esa imagen, ella riéndose opuesta al caos. Acaso pudo poner sus manos sobre el ruido cuando empezó todo. No era creyente, pero quizás rezó. No puedo siquiera atreverme a empezar a imaginar esos momentos para ella.
No puedo.
No puedo.
Hace cosa de un año vi a su hermana. Ella lleva varios años de vivir en Miami. Yo sabía, me había contado, que tuvo que conducir hasta Manhattan, ese mismo martes. “Primero lo vi en la tele, claro,” dijo. "Y no supe qué ocurría. Pensé en ella, en su hijo; ¿dónde está el bebé?”
Ella subió a su coche cuando la torre sur se desplomó. Iba casi en la autopista cuando cayó la torre norte, a la que golpeó el número 11 de American Airlines, donde trabajaban Jeane y Mariano. “Lo supe pero no quise pensarlo hasta que llegara. No quieres aceptarlo, no puedes mientras vas en la carretera, pensando en qué no sabes qué vas a hacer. Como yo debieron ser muchos más, ahí mismo en la ciudad: tú lo viste, las paredes cubiertas de fotografías, altares para sus muertos. Pero entonces, aunque lo supiéramos, no podíamos aceptarlo. Yo esperaba que no hubieran muerto. Cuando llegué, sólo quería saber dónde estaba el niño y que ellos no hubieran sufrido.”
Como otros niños de la ciudad cuyos padres desaparecieron, el hijo de Jeane fue alojado en su escuela hasta que aparecieron familiares para reclamarlo. Luego, siguió la inútil espera por los cuerpos y como ella, muchísimos más, de todos los estratos y naciones, mientras en la Casa Blanca, alguien derramaba lágrimas de cocodrilo y echaba andar una maquinaria que “no va a resucitar a los que se murieron.” La voz de la hermana de Jeane es inflexible al hablar de Bush y de Irak. “Se aprovechó del shock de todos. El terror empezó ahí, pero hay muchos para los que no va a terminar nunca.” ¿Lo dice por su sobrino? “Él, de algún modo. Y mucha gente más. Todos en cualquier lugar. Y ese hombre lo sabe y no le importa. No sé si eso también es parte del horror.”
Hoy el horror no ha cesado, aún si no hablamos de él todo el tiempo como esos primeros, atroces días. Fingir que no lo vemos no hace que se vaya y eso lo sabemos todos.
No tengo flores qué mandarle a Jeane.
No hay tumba.
Su departamento, al que fui muchas veces, sito en la calle 74 y Avenida Amsterdam, al que iba caminando desde el Hotel Pennsylvania, pasando a comprar un pastel de queso para cenar, ahora está ocupado por alguien más. Su hijo crece criado por sus abuelos. La vida ha continuado. Mi vida, de hecho, es otra.
Jeane se fue de pronto y ya no está.
Su historia es una de tantas en el folklore surgido de los atentados, sólo que muy pálida comparada con las historias de otros que sí sobrevivieron, de los que trataron de salvar vidas. Los héroes. Ella no era nadie realmente, en el gran tejido de las cosas, sólo una brizna, una hormiga. Y pensarlo me duele, porque como sea, yo la quería.
Mi deseo es que su muerte haya sido veloz.
De consolación me queda pensar que era una mujer libre y tolerante y que su sacrificio, aunque salpica un estandarte indigno, no fue en vano. Que algún día ese niño sabrá su historia, tal vez seguirá su ejemplo y encontrará la música y las texturas en las ciudades, sin pensar en los horrores que pudieran venir.
Jeane, hoy todo el día, me acordaré de ti.
Jeane, hoy todo el día, me acordaré de ti.
Comentarios
Y realmente es una pérdida pequeña. O de trasmano. Algo que le ha dolido mucho más a otros. Pero lo mismo, es algo que nos toca a todos, en distintos grados.
No sufro. Es sólo un mínimo homenaje, como cada año. Conmemorante.
Mil abrazos,
Has hecho mucho más que un mínimo homenaje.
Y sí, es conmemorante. Pero también emocionante.
Un abrazo fuerte.
Siempre es buen momento para leerte, y mejor aún si entro y me encuentro tanto por leer.
Desde este recuerdo del terrible 11/09, hasta otros textos más atrás, donde me has hecho sonreír como sueles hacerlo.
Gracias por invitarme a visitarte aquí.
Un abrazo
P.
Gracias.
Por leer, por la paciencia.
Otro abrazo hasta tus bosques, que hoy también pensé en ellos. No sé por qué, pero los pensé.
¿Qué tal el resfriado?
(Escribo pronto)
M
¡Qué sorpresa!
Muchas gracias por leer.
Por haber llegado hasta acá.
Aquí seguimos, en pie de guerra y lejos de todos los vetarros del mundo.
¿Cuándo llegas?
Mil besos hasta el sur del sur,
M
B7s/Merce
Gracias.
Mil cariños y un abrazo al Faraón, Faraón!
Felicidades querido.