Cruel y bonita
Puedo ser cruel,
no se por qué,
por qué mi globo
no puede mantenerse elevado
en un cielo
perfectamente ventoso
Puedo ser cruel,
no se por qué.
Tori Amos
Es muy fácil ser cruel.
Más, si eres bonita.
Y, acéptalo, siempre habrá una más bonita que tú.
La primera vez que vi cómo un corazón se partía -- obvio, no vi al órgano astillarse, pulposo y sanguinolento- fue cuando yo tenía como quince años y vi cómo una chica a la que llamaremos Susi, le espetaba a un pobre diablo llamado Sergio la siguiente frase:
"¿Y qué esperabas? ¿Que después de eso ya fuera tu novia? ¡Nooo, mi rey! ¡Pero para nada! Ni loca ni pendeja andaba con un pinche naco tan feo como tú."
Acto seguido, cuadro-por-cuadro, la cara de Sergio (que a la sazón está rodeado de toda la clase) se desploma y cae rapidito al suelo, para hacerse añicos. Imagínenselo, por favor. Tal vez estuvieron ahí alguna vez: éste es un adolescente que muy salsita se creía el rey del mundo nada más porque había intercambiado salivita con una de las niñas más bonitas de la escuela, misma que, con voz suficientemente clara para que todo mundo se entere, lo acaba de mandar a volar sin avión, de una patada en el fondillo.
¿No habría sido mejor decirle que no en privado, donde nadie más los viera?
Quizás... pero no habría sido bastante como para satisfacer la crueldad de Susi.
No soy ajeno a esa característica humana. Dios sabe que en alguna ocasión también he sido cruel. Pero no deja de horrorizarme que para algunos sea tan gratuito, tan brutal y devastador, sólo porque sí.
El peor ejemplo que conozco, sin embargo, no es ese.
Ocurrió muchos años después y no me sucedió a mí, pero nuevamente quiso el destino que fuera testigo, tal vez para contárselos ahora.
Fue en una fiesta, hace años, cuando comenzaba a dedicarme a esto que hago para ganarme la vida. No sé quién era la chica, ni cómo se llama. Nunca la volví a ver. Yo estaba en esa gala acompañando a Marina, que en ese entonces era mi compañera habitual para esa clase de eventos [ahora parece que fue en otra vida].
La chica en cuestión estaba ahí entre las otras doscientas o trescientas personas. Cuando estoy rodeado de tanta gente, me desconecto y no sé con quién hablar, así que me vuelvo de piedra, y escucho y veo. Ella era una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida.
Así la vi, en un rincón, diciéndole algo al oído un hombre como de nuestra edad, vestido de esmoquin (todos lo estábamos) y él sólo asentía. Vi cómo los ojos se le llenaban gradualmente de lágrimas. Luego, ella lo besó en la mejilla, se perdió entre la gente y él se volvió viejo, gris, sin vida, en cuestión de segundos.
La volví a encontrar un poco después, entre otras personas, mientras encendía un cigarrillo que le ofrecía otro hombre tan bien vestido como los demás, al que le acariciaba la mano con cariño.
Cariño que a mis ojos parecía verdadero.
Los vi como se ve a los frescos en el techo de la Sixtina.
Con admiración y también con un poco de horror.
Es una imagen que se quedó conmigo de manera indeleble y que en cierta forma, siempre he asociado con la crueldad. No sé por qué la guardé. Tampoco por qué es que la cuento ahora: sólo sé que descubro siempre tantas otras facetas en nosotros. Es tan fácil destruir a unos y construir a algunos más.
Algunas veces destrozamos sin darnos cuenta.
Otras, lo hacemos a propósito, con toda intención.
Somos humanos, no cisnes.
La gente es cruel y bonita.
Son dos cosas inherentes de nuestra naturaleza.
Aunque nos estremezca, como el viento helado al atardecer.
Más, si eres bonita.
Y, acéptalo, siempre habrá una más bonita que tú.
La primera vez que vi cómo un corazón se partía -- obvio, no vi al órgano astillarse, pulposo y sanguinolento- fue cuando yo tenía como quince años y vi cómo una chica a la que llamaremos Susi, le espetaba a un pobre diablo llamado Sergio la siguiente frase:
"¿Y qué esperabas? ¿Que después de eso ya fuera tu novia? ¡Nooo, mi rey! ¡Pero para nada! Ni loca ni pendeja andaba con un pinche naco tan feo como tú."
Acto seguido, cuadro-por-cuadro, la cara de Sergio (que a la sazón está rodeado de toda la clase) se desploma y cae rapidito al suelo, para hacerse añicos. Imagínenselo, por favor. Tal vez estuvieron ahí alguna vez: éste es un adolescente que muy salsita se creía el rey del mundo nada más porque había intercambiado salivita con una de las niñas más bonitas de la escuela, misma que, con voz suficientemente clara para que todo mundo se entere, lo acaba de mandar a volar sin avión, de una patada en el fondillo.
¿No habría sido mejor decirle que no en privado, donde nadie más los viera?
Quizás... pero no habría sido bastante como para satisfacer la crueldad de Susi.
No soy ajeno a esa característica humana. Dios sabe que en alguna ocasión también he sido cruel. Pero no deja de horrorizarme que para algunos sea tan gratuito, tan brutal y devastador, sólo porque sí.
El peor ejemplo que conozco, sin embargo, no es ese.
Ocurrió muchos años después y no me sucedió a mí, pero nuevamente quiso el destino que fuera testigo, tal vez para contárselos ahora.
Fue en una fiesta, hace años, cuando comenzaba a dedicarme a esto que hago para ganarme la vida. No sé quién era la chica, ni cómo se llama. Nunca la volví a ver. Yo estaba en esa gala acompañando a Marina, que en ese entonces era mi compañera habitual para esa clase de eventos [ahora parece que fue en otra vida].
La chica en cuestión estaba ahí entre las otras doscientas o trescientas personas. Cuando estoy rodeado de tanta gente, me desconecto y no sé con quién hablar, así que me vuelvo de piedra, y escucho y veo. Ella era una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida.
Así la vi, en un rincón, diciéndole algo al oído un hombre como de nuestra edad, vestido de esmoquin (todos lo estábamos) y él sólo asentía. Vi cómo los ojos se le llenaban gradualmente de lágrimas. Luego, ella lo besó en la mejilla, se perdió entre la gente y él se volvió viejo, gris, sin vida, en cuestión de segundos.
La volví a encontrar un poco después, entre otras personas, mientras encendía un cigarrillo que le ofrecía otro hombre tan bien vestido como los demás, al que le acariciaba la mano con cariño.
Cariño que a mis ojos parecía verdadero.
Los vi como se ve a los frescos en el techo de la Sixtina.
Con admiración y también con un poco de horror.
Es una imagen que se quedó conmigo de manera indeleble y que en cierta forma, siempre he asociado con la crueldad. No sé por qué la guardé. Tampoco por qué es que la cuento ahora: sólo sé que descubro siempre tantas otras facetas en nosotros. Es tan fácil destruir a unos y construir a algunos más.
Algunas veces destrozamos sin darnos cuenta.
Otras, lo hacemos a propósito, con toda intención.
Somos humanos, no cisnes.
La gente es cruel y bonita.
Son dos cosas inherentes de nuestra naturaleza.
Aunque nos estremezca, como el viento helado al atardecer.
Comentarios
Es la serpiente que se come la cola.