Goodnight, Miss Kerr
Algunas son deslumbrantes y hacen supernova muy pronto, extinguiéndose tan rápido como alcanzaron su cénit. Otras, son llamativas pero fugaces. Y luego, luego, están aquellas como la estrella de la mañana, o la que resplendece sobre el mar (estrella del mar, ten piedad de mí...), cuyo brillo es permanente, aún pese al imperdonable paso del tiempo, pese al olvido de las masas y pese a la erosión de las artes.
Deborah Kerr (né Deborah Jane Kerr-Trimmer) es de esas.
Era yo aún niño, cuando la descubrí, en una tarde de lluvia, en una proyección de The Innocents, magistral cinta de Jack Clayton, aún hoy la mejor adaptación al celuloide que se ha hecho del clásico cuento gótico La vuelta de tuerca, de Henry James, realizada enescenarios naturales de Inglaterra en 1961, con guión de Truman Capote.
En el filme, la Kerr interpreta la clase de personaje que ella convirtió en arquetipo: la muy propia mujer británica, de serenidad y elegancia a ultranza, que sin embargo, tenían bajo ese barniz una estremecedora humanidad, a veces plena de conflicto.
Esto se dejó ver en trabajos notables y totalmente fuera de tipo, como su interpretación en De aquí a la eternidad, con Burt Lancaster -- en la que es la adúltera Karen Holmes-, como la inquieta Sor Clodagh, una monja británica en los Himalayas en Narciso negro, como la profundamente conmovedora artista Hanna Jelkes en La noche de la iguana (dirigida por John Huston, y escrita por Tennessee Williams) o como la institutriz Miss Giddens, en la cinta antes mencionada.
También es recordada con cariño por muchos por su trabajo impecable en cintas más populares; así, cantó (aunque la doblara al final con la soprano Marni Nixon, una de sus grandes decepciones) y bailó al lado de Yul Brynner en el clásico musical El Rey y yo, como la esclava Ligia en Quo Vadis? y como la trágica --pero muy chic- Anne Larson en Buenos días tristeza, de Otto Preminger.
Los que la conocieron de cerca, no obstante su imagen, la recuerdan como una amiga leal -- se cuenta que fue ella quien intervino para salvar a la entonces muy joven Eizabeth Taylor de su violento e incipiente matrimonio del heredero hotelero Conrad "Nicky" Hilton en 1950-, con un ácido sentido del humor, afecta a las bromas, a decir palabrotas, a jugar cartas y a manejar en carretera. Fue aficionada a la pintura y a la jardinería y una madre dedicada al cien por cien a criar a sus hijas, Francesca y Melanie Bartley (de su primer matrimonio). Ella misma solía burlarse de su imagen de "señora elegante" y aseguraba que su atuendo preferido era andar en pantalón vaquero, zapatos tenis y camisas de hombre, sin maquillar y sin peinados elaborados. En 1975 declaró: "Pasaba tanto tiempo ante el espejo cuando trabajaba, que no podía esperar para aprovecharlo en otras cosas cuando tenía finalmente tiempo para mí."
Donde muchas actrices de su generación se fueron retirando ante el paso del tiempo, temerosas de ver su belleza extinguirse, la Kerr -- al igual que unas pocas como Olivia deHavilland, la formidable Ingrid Bergman, Geraldine Page o ese fenómeno incansable llamado Bette Davis- siguió ejecutando su oficio de manera ejemplar hasta que la salud se lo impidió. El colofón a su carrera en cine fue en 1985, a los 65 años de edad, en El Jardín de Assam. Posteriormente, anunció que padecía una enfermedad degenerativa (mal de Parkinson) y pasó sus últimos años en Suiza, lejos de los reflectores y de la maledicencia que se ha vuelto sinónimo de Hollywood. Su última aparición en público fue en 1994 al recibir un Oscar honorario por parte de la Academia, que de este modo le dio gracias por todo, tras haberla nominado seis veces (en 1950, 54, 57-59 y 1961) sin darle nunca un reconocimiento.
Donde hoy ser una "celebridad" implica exhibirse sin pudor alguno en todos los medios, haciendo que se borren las fronteras entre personaje e intérprete, para convertir las menudencias de la vida humana en circo y espectáculo, una figura como Deborah Kerr ya no tiene lugar. Es triste que casi nadie ahora, que ha fallecido a los 86 años, a esta grande de la escena.
No obstante, se ganó su sitio como leyenda, a pulso, con trabajo y entrega. Con una pasión pocas veces vista desde entonces por parte de un actor con cada uno de sus trabajos y con una calidad que se volvió rúbrica y sello. Y ese logro, nadie, por mucha fama instantánea que tenga, se lo podrá quitar.
Buenas noches, Miss Kerr. Que la luz de las estrellas la ilumine siempre.
Deborah Kerr (né Deborah Jane Kerr-Trimmer) es de esas.
Era yo aún niño, cuando la descubrí, en una tarde de lluvia, en una proyección de The Innocents, magistral cinta de Jack Clayton, aún hoy la mejor adaptación al celuloide que se ha hecho del clásico cuento gótico La vuelta de tuerca, de Henry James, realizada enescenarios naturales de Inglaterra en 1961, con guión de Truman Capote.
En el filme, la Kerr interpreta la clase de personaje que ella convirtió en arquetipo: la muy propia mujer británica, de serenidad y elegancia a ultranza, que sin embargo, tenían bajo ese barniz una estremecedora humanidad, a veces plena de conflicto.
Esto se dejó ver en trabajos notables y totalmente fuera de tipo, como su interpretación en De aquí a la eternidad, con Burt Lancaster -- en la que es la adúltera Karen Holmes-, como la inquieta Sor Clodagh, una monja británica en los Himalayas en Narciso negro, como la profundamente conmovedora artista Hanna Jelkes en La noche de la iguana (dirigida por John Huston, y escrita por Tennessee Williams) o como la institutriz Miss Giddens, en la cinta antes mencionada.
También es recordada con cariño por muchos por su trabajo impecable en cintas más populares; así, cantó (aunque la doblara al final con la soprano Marni Nixon, una de sus grandes decepciones) y bailó al lado de Yul Brynner en el clásico musical El Rey y yo, como la esclava Ligia en Quo Vadis? y como la trágica --pero muy chic- Anne Larson en Buenos días tristeza, de Otto Preminger.
Los que la conocieron de cerca, no obstante su imagen, la recuerdan como una amiga leal -- se cuenta que fue ella quien intervino para salvar a la entonces muy joven Eizabeth Taylor de su violento e incipiente matrimonio del heredero hotelero Conrad "Nicky" Hilton en 1950-, con un ácido sentido del humor, afecta a las bromas, a decir palabrotas, a jugar cartas y a manejar en carretera. Fue aficionada a la pintura y a la jardinería y una madre dedicada al cien por cien a criar a sus hijas, Francesca y Melanie Bartley (de su primer matrimonio). Ella misma solía burlarse de su imagen de "señora elegante" y aseguraba que su atuendo preferido era andar en pantalón vaquero, zapatos tenis y camisas de hombre, sin maquillar y sin peinados elaborados. En 1975 declaró: "Pasaba tanto tiempo ante el espejo cuando trabajaba, que no podía esperar para aprovecharlo en otras cosas cuando tenía finalmente tiempo para mí."
Donde muchas actrices de su generación se fueron retirando ante el paso del tiempo, temerosas de ver su belleza extinguirse, la Kerr -- al igual que unas pocas como Olivia deHavilland, la formidable Ingrid Bergman, Geraldine Page o ese fenómeno incansable llamado Bette Davis- siguió ejecutando su oficio de manera ejemplar hasta que la salud se lo impidió. El colofón a su carrera en cine fue en 1985, a los 65 años de edad, en El Jardín de Assam. Posteriormente, anunció que padecía una enfermedad degenerativa (mal de Parkinson) y pasó sus últimos años en Suiza, lejos de los reflectores y de la maledicencia que se ha vuelto sinónimo de Hollywood. Su última aparición en público fue en 1994 al recibir un Oscar honorario por parte de la Academia, que de este modo le dio gracias por todo, tras haberla nominado seis veces (en 1950, 54, 57-59 y 1961) sin darle nunca un reconocimiento.
Donde hoy ser una "celebridad" implica exhibirse sin pudor alguno en todos los medios, haciendo que se borren las fronteras entre personaje e intérprete, para convertir las menudencias de la vida humana en circo y espectáculo, una figura como Deborah Kerr ya no tiene lugar. Es triste que casi nadie ahora, que ha fallecido a los 86 años, a esta grande de la escena.
No obstante, se ganó su sitio como leyenda, a pulso, con trabajo y entrega. Con una pasión pocas veces vista desde entonces por parte de un actor con cada uno de sus trabajos y con una calidad que se volvió rúbrica y sello. Y ese logro, nadie, por mucha fama instantánea que tenga, se lo podrá quitar.
Buenas noches, Miss Kerr. Que la luz de las estrellas la ilumine siempre.
Comentarios
Sniff.
Gracias.
¡Nos estamos quedando sin mitos!
¡Se extinguen!
Buju.
:'(
y ame verla en sus pelis, pero la que mas recuerdo, por cursi, es la que no mencionas, con cary grant, same time next year, o eso, donde se deben reunir en la empire y no llega y todo es tristeza y decepcion, como cuando espero a h en el parque y se retrasa.
je, que disfrutes mucho london, y no me traigas nada, mejor llevame!
Una gran señora, sin duda
Saluditos
De éstos, ya no hay...
Gracias a ella por tantos buenos momentos.
Un beso
P.
Ya ni me digan... primero pensé que iba a ser vacilada eso de sentirme mal por la muerte de alguien a quien no conocí nunca y que nunca supo de mi existencia, pero...
En fin.
Besos y abrazos a granel.