jueves, 22 de marzo de 2007

No me dejes en Siberia


Yo confieso:
No me gustan los boleros.

Sin embargo (contradicción, eterna contradicción) éste es la excepción.

En parte es por la interpretación, soi distant y a la vez ardorosa (pese a la temática de la letra) que hace Cecilia Toussaint, cuyas raíces e influencias están más firmemente puestas en el rock nacional, con un decidido toque blusero... pero también hay algo más que me cautiva de la canción, desde que la oí por primera vez, en un radio de transistores ajeno, en el verano del '90.

Es más bien poco lo que puedo decir que realmente recuerdo de esos días blancos y uniformes, de sol y hierba y deportes y natación y vigilancia y tanta gente mirándome con una mezcla de muchas cosas, entre ellas, miedo y sorpresa.


Pero sí, recuerdo esa voz, casi tan adolorida como debo haber estado yo --¿lo estaba? Ahora me parece tan lejano e inútil haber sentido esa clase de dolor, pero es parte del total, la suma de los factores en este caso sí que altera el producto.

La letra es, claro, de Jaime López (y se siente: he ahí el ingenio retruecanoso, el sentimiento mordaz aunque auténtico, la ciudad de México viva y respirando) y es curioso que tenga este aire de elegancia y decadencia que casi la empatan con un Lou Reed sesentero, en pleno VU, alimentado via intravenosa por aquellos boleros que en los cuarenta y cincuenta estaban tan de moda, provenientes de la pluma del tío Agustín (Lara), bajo -- uno supone- el influjo del polvito blanco llamado cocaína.

(Nota al margen: cuenta la leyenda que, cuando le dijeron a Lara que la coca era peligrosamente adictiva, él contestó: "No ha de ser cierto. Miren, yo la uso muy seguido ¡y no soy un drogadicto!")

Puedo recordar bien el efecto de esa letra aún ahora, porque después de oírla esporádicamente los últimos dieciséis años, no fue sino hasta relativamente poco y gracias a Bobby (un viejo, viejo, amigo y argonauta) que pude recuperar esos primeros acordes y la voz de la Toussaint: Mi corazón está a cincuenta grados bajo cero...

El mío, entonces jovencito y hecho girones, también lo estaba y en cierto sentido, ahora que me doblo la edad, sigue estándolo de alguna manera (aunque creo que no sigue roto del todo): pero no sé si es como mecanismo de defensa, o como secuela irresoluble, o estado natural. Y no es exactamente todo pero una parte sí... o será sólo una cuestión de la edad, que ni todos los ritos de primavera van a conseguir cambiar.

O será que ya no tengo tanto ardor para comunicar.

Lo que sí sé, es que la canción me habla en muchos niveles y de muchos momentos (no sólo de un cuarto de hospital) y que sin pudor alguno la disfruto enormemente.

Aquí se las dejo: escuchen y si tienen una pareja con quién bailar, háganlo.

A cambio de esto, yo prometo que no contaré el final.

1 comentario:

senses and nonsenses dijo...

yo sí que noto ese ardor... en comunicar.

un abrazo.