sábado, 24 de marzo de 2007

Rosas


Esto es lo que recuerdo.

No es muy claro (y me sorprende que no lo sea, pero no puedo recordarlo todo), pero sí se siente como algo que ocurrió, y que tengo muy presente.

Debió ser hace unos veinticinco años. No recuerdo a mi abuelo en ese momento, así que ya había muerto. No recuerdo a mi abuela, pero ella no estaba con nosotros todo el tiempo entonces todavía. En ese entonces aún era útil para cuidar a sus otros nietos (Pero esa es otra historia). Mónica era bebé, de eso sí me acuerdo. Y papá estaba de viaje.

Creo que eso es lo que da pie a la anécdota, que papá no estuviera. Si hubiera estado en casa, probablemente no habría ocurrido, o no la recordaría, no habría dejado huella en mí.

En esa época, a los casi ocho años, yo me iba a dormir a las nueve de la noche en días de escuela (y como algo excepcional, a las diez los viernes, sábados y días de vacaciones); ésta era una de las muchas reglas no escritas pero fielmente observadas en casa y que así fue hasta que tuve catorce o quince años, que comencé a desvelarme escribiendo, hasta llegar al punto de que ahora soy un vampiro.

Esto debio ocurrir en algún momento cercano a las nueve o así, recuerdo ya estar en pijama cuando sonó el timbre. No estaba acostumbrado a escuchar el timbre de la puerta sonar a esa hora -- en la noche los ruidos se magnifican.

Mi mamá atendió desde el patio y yo me asomé a la puerta con ella; no sería mucho lo que un chicuelo de mi edad y tamaño de entonces podría hacer, pero recuerdo que me puse alerta: desde ahí se vuelve un poco más claro, aún pese al paso de los años, todo lo siguiente.

El que llamaba con insistencia, era un muchacho que se identificó como el encargado de un puesto de flores --mismo que hoy ya no existe- colocado en contraesquina de la iglesia cercana a la casa. Le pidió a mi madre ayuda y desde la reja, pudimos ver que tenía sangre en la cara. "Me robaron," dijo "y me pegaron."

No sé qué habrá pasado por la mente de mi madre en ese momento: una mujer sola en casa con dos niños pequeños, pero ahí, un muchacho (y habrá sido un muchacho, a los ocho años, todos nos parecen tan mayores) sangrante y asustado.

Mamá lo dejó entrar, pero lo colocó en el comedor, de manera que no pudiera ver hacia el resto de la casa: me pidió que le trajera del baño Trombocid, agua oxigenada y unos apósitos (parecidos a los curitas, pero son como parches). Mi mamá le lavó las heridas de la cara y lo curó, mientras él contaba lo que le había ocurrido. Luego, mi madre llamó a un teléfono que él le dio y una pareja, que él presentó como su hermana y cuñado, vinieron por él.

Yo lo veía todo desde una silla del comedor. Sabía que mi madre estaba asustada (en su posición, me supongo que yo también lo estaría) y al mismo tiempo, sentía una profunda compasión por este personaje tan magullado, que había tocado a otras puertas de nuestra cuadra, sin recibir respuesta, según contó.

Al día siguiente, cuando volví del colegio, había un enorme ramo de rosas blancas en el centro de la mesa del comedor.

No volví a ver nunca al muchacho, y el puesto de flores eventualmente cerró, pero lo cierto es que durante tres o cuatro años, cada semana, había un ramo de rosas blancas en mi casa.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Estamos en una época Cane en que la delincuencia se nos presenta a veces en formas tan inverosímiles y abusando de nuestra buena fé que ya muchas veces preferimos no arriesgarnos y dar portazo. Fue valiente tu mami...yo no sé si lo habría hecho. Pero, que bonito detalle de agradecimiento, la verdad...humanos somos y en el camino andamos...¿no?

Saludos

Miguel Cane dijo...

Querido Davis,

Así es.

Si esto hubiera ocurrido ahora, estos días, mi madre no hubiera hecho lo que entonces hizo.

Por eso el recordarlo me lleva a un mundo más inocente, más distinto, del que hoy conozco.

Fue una enseñanza, Davis.

Cuquita, la Pistolera dijo...

Coincido. Hoy pocos de nosotros nos atreveríamos a abrir la puerta a un desconocido, mucho menos si está sangrando. Creo que no sólo es por el temor a la delincuencia, sino también a una serie de enfermedades como el Sida o la Hepatitis, de las cuales tenemos mucho más conciencia que ayer. ¿Nos estaremos volviendo cada vez más miedosos?

Miguel Cane dijo...

Querida Miss Ku:

Pues sí, existe claramente la realidad de que el miedo nos ha superado... pero no creo que suprima lo bueno que tenemos en nosotros.

O al menos eso espero.

Un saludo muy afectuoso
(y sin miedo)

Anónimo dijo...

Creo que podriamos aprender mucho de tu mami, felicidades. De tal palo tal astilla.
B7s

Mariluz Barrera González dijo...

Admirable tu madre, admirable su hijo, la sensibilidad que nos transmiten, bien tiene de donde venir.

UN BESO Y MUCHAS ROSAS BLANCAS PARA TI.

Anónimo dijo...

Es una lástima, porque al leer este texto pensé igual que todos: hoy ese gesto de humanidad de tu madre no podría existir.

Por lo tanto, no existiría el hermoso recuerdo de las rosas blancas, homenajeando a tan buen corazón.

Doblemente, una lástima. Gracias por el recuerdo.
Un abrazo!