16 Semanas
... o 121 días...
... o cuatro meses.
Eso es el tiempo que ha transcurrido desde que me fui de mi casa una noche, y volé sin mirar atrás, hasta llegar aquí. Parece tan poquito tiempo y sin embargo, se siente como tanto...
Hoy (¿ayer?) me preguntaron cuánto tiempo llevaba ya viviendo en Gijón y me sorprendí al sacar la cuenta. ¿Ya tan pronto, cuatro meses?
Han pasado tantas cosas, y al mismo tiempo, parecen de algún modo tan poquitas en el esquema de lo grande o de lo que realmente importa, pero a mí... a mí sí me importa...
Aprendí a lavar mi ropita. Y a hacer el super. No que no supiera, pero ahora lo hago para mí. Salí a caminar por la playa, a ver el sol salir sobre el mar. Compré mi primera vajilla, verde y blanca. Y mi primer comedor. Y mi primer sofá/cama.
He recibido en casa amigos, he ido a casa de amigos y he hecho nuevos amigos.
He ido encontrando una familia lejos de mi familia... o bien, una extensión de mi familia.
He ido aprendiendo a vivir solo.
Y por esto quiero decir las dos cosas:
A vivir.
Solo.
A pasar días en los que tengo que leer algo en voz alta, o ponerme a cantar -- desafinado y todo, ustedes saben que no puedo cantar para salvar mi vida y que tengo una voz horrible- para acompañarme. No me pesa.
Hay días en los que no abro el cerrojo de la puerta y no salgo a la calle. Supongo que es porque no tengo a qué salir. Sucede los domingos casi siempre. Aunque tengo amigos aquí, los veo poco. Y no les llamo si no es absolutamente necesario. Tengo que aprender a estar conmigo.
A vivir conmigo.
No puedo invadir las vidas ajenas.
No es mi lugar.
¿Y saben algo?
Está bien.
Han sido dieciséis semanas de descubrimiento. De reconocimiento y de adaptación.
No extraño mi casa, porque esta es mi casa.
Extraño a mi familia, a mis amigos. Mis viejas rutinas, que se van volviendo más tenues. Iré haciendo rutinas nuevas -- espero- , hallando calles diferentes, facetas que quizá desconozco de esta ciudad que adopté como mía. La megalópolis donde nací me parece cada vez más lejana... más disuelta en fragmentos. Sé que cuando vuelva podré moverme por ella como lo he hecho siempre, pero también sé que ya no será mi hogar como antes.
Antes de venir, me advirtieron acerca de lo que iba a hacer. "¿Tienes idea de lo que vas a hacer?"
Tal vez no tuviera una idea muy clara, aunque sabía que era lo que quería y sentía que debía hacer.
"Vas a pasar los días más solitarios de tu vida en Gijón"
Puede que sí. Estos pueden haberlo sido en parte... y seguro vendrán muchos más, sobre todo cuando comiencen a crecer las sombras y se aproxime el invierno inexorable.
Pero no tengo miedo. No me duele. No siento esa flaqueza que asalta ante lo inevitable y que nos doblega al pánico. Sí, a veces siento angustia. Soy humano. Me angustio de repente cuando no sé qué va a pasar mañana... pero es como pasar un instante, de un umbral a otro. Luego viene la calma.
Han sido dieciséis semanas. Ciento veintiún días. Cuatro meses.
Y siento que me falta todavía mucho más por saber, por aprender, por conocer, por probar, por vivir...
Hoy (¿ayer?) me preguntaron cuánto tiempo llevaba ya viviendo en Gijón y me sorprendí al sacar la cuenta. ¿Ya tan pronto, cuatro meses?
Han pasado tantas cosas, y al mismo tiempo, parecen de algún modo tan poquitas en el esquema de lo grande o de lo que realmente importa, pero a mí... a mí sí me importa...
Aprendí a lavar mi ropita. Y a hacer el super. No que no supiera, pero ahora lo hago para mí. Salí a caminar por la playa, a ver el sol salir sobre el mar. Compré mi primera vajilla, verde y blanca. Y mi primer comedor. Y mi primer sofá/cama.
He recibido en casa amigos, he ido a casa de amigos y he hecho nuevos amigos.
He ido encontrando una familia lejos de mi familia... o bien, una extensión de mi familia.
He ido aprendiendo a vivir solo.
Y por esto quiero decir las dos cosas:
A vivir.
Solo.
A pasar días en los que tengo que leer algo en voz alta, o ponerme a cantar -- desafinado y todo, ustedes saben que no puedo cantar para salvar mi vida y que tengo una voz horrible- para acompañarme. No me pesa.
Hay días en los que no abro el cerrojo de la puerta y no salgo a la calle. Supongo que es porque no tengo a qué salir. Sucede los domingos casi siempre. Aunque tengo amigos aquí, los veo poco. Y no les llamo si no es absolutamente necesario. Tengo que aprender a estar conmigo.
A vivir conmigo.
No puedo invadir las vidas ajenas.
No es mi lugar.
¿Y saben algo?
Está bien.
Han sido dieciséis semanas de descubrimiento. De reconocimiento y de adaptación.
No extraño mi casa, porque esta es mi casa.
Extraño a mi familia, a mis amigos. Mis viejas rutinas, que se van volviendo más tenues. Iré haciendo rutinas nuevas -- espero- , hallando calles diferentes, facetas que quizá desconozco de esta ciudad que adopté como mía. La megalópolis donde nací me parece cada vez más lejana... más disuelta en fragmentos. Sé que cuando vuelva podré moverme por ella como lo he hecho siempre, pero también sé que ya no será mi hogar como antes.
Antes de venir, me advirtieron acerca de lo que iba a hacer. "¿Tienes idea de lo que vas a hacer?"
Tal vez no tuviera una idea muy clara, aunque sabía que era lo que quería y sentía que debía hacer.
"Vas a pasar los días más solitarios de tu vida en Gijón"
Puede que sí. Estos pueden haberlo sido en parte... y seguro vendrán muchos más, sobre todo cuando comiencen a crecer las sombras y se aproxime el invierno inexorable.
Pero no tengo miedo. No me duele. No siento esa flaqueza que asalta ante lo inevitable y que nos doblega al pánico. Sí, a veces siento angustia. Soy humano. Me angustio de repente cuando no sé qué va a pasar mañana... pero es como pasar un instante, de un umbral a otro. Luego viene la calma.
Han sido dieciséis semanas. Ciento veintiún días. Cuatro meses.
Y siento que me falta todavía mucho más por saber, por aprender, por conocer, por probar, por vivir...
...y por compartir, claro.
Comentarios
...pero no claudico.
La función continúa...