martes, 11 de septiembre de 2007

Un Souvenir del 9/11

Siendo hoy aniversario de la espectacular demolición del World Trade Center, que es en cierto sentido el parteaguas que realmente define el inicio del siglo XXI y que de un modo u otro nos alcanzó a todos, hay un detalle que me parece irónico y hasta cierto punto, espeluznante: mientras que en México, país donde nací, existe una cultura de la muerte totalmente ritual y simbólica, que muchos defienden pese a los crecientes embates del consabido ja-lo-guín, en los Estados Unidos, un grueso de los gringos manifiesta su duelo haciendo shopping.

Parece como si la frase atribuida a la legendariamente chic-pero-deprimida Jackie Kennedynada tiene mayor poder curativo que un par de zapatos nuevos” fuese auténtico dogma o un tipo de droga socialmente aceptable que permita a una nación en shock sentir que el American Dream, a ultranza, debe seguir.

A menos de un mes de los atentados nació la campaña "America: Open for Business" que invitaba a sanar y vengarse de Al Qaeda a través de del comercio estaba en función. Pronto, Manhattan empezó a espabilarse y aún bajo los efectos del horror, volvió a ser la capital comercial del mundo.


Hoy, a seis años de distancia y después de una guerra que aún no concluye del todo y pese al disminuido poder adquisitivo de residentes y turistas, existe una búsqueda de consuelo a través de la venta de productos estratégicamente planeados para sosegar las emociones alborotadas que aún hoy quedan de las cenizas de la otrora zona cero.

De pronto, everywhere se manifiesta un formidable surtido de mercancías y productos para el conmemorante moderno y detallista: desde libros a todo color con oportunas imágenes del impacto y los transeúntes horrorizados, así como de Manhattan convertida en mausoleo tapizado con fotos de los desaparecidos cuyas familias no tuvieron cuerpos qué enterrar – pero quizá tengan este volumen en casita-, hasta cómics protagonizados por superhéroes, pasando por figuras de los heroicos policías y bomberos y reproducciones en pewter de los rascacielos desaparecidos, junto con ceniceros, playeras, tazas y un largo etcétera, reflejo del país que busca amortiguar la tragedia lo suficiente –supone uno- para reducir sus horripilantes proporciones y “asimilarla”.


¿Verdad que es rebonito? Especialmente si la ciudad está atestada de compradores compulsivos que seguro están, igual que los vivillos creadores de tan variopinta mercadería, fascinados de asfixiar su horror y dolor con la transacción.

Lo que me pregunto (y no sin cierta desazón) es cómo le hacen para tragar un chingadazo así – y el plato fue servido a lo bestia-, y seguir generando, como efecto de disentería ad nauseam, tanto lindo souvenir.

Se supone que el 11 de septiembre fue uno de esos momentos históricos que sacuden a quien lo vive para devolverlo al mundo real del que invariablemente busca escapar: ya saben, la clase de suceso inmune al optimismo marca Acme que todo lo vuelve telenovela masiva y cotidiana.

Vimos las torres caer por TV, en vivo desde el Gólgota, con creciente espanto; muchos, no importa que estuviéramos en otro país, sentimos el impacto. Algunos perdimos familiares o amigos. Nadie pensó que la cultura pop, mal y remedio simultáneo tan posmoderno y muy in fuera a encontrar proverbial minita de oro en una pira fúnebre para cerca de cinco mil personas – aún si los periódicos a la mañana siguiente estaban adornados con fotos de ejecutivos desesperados arrojándose al vacío, jóvenes madres poniendo sus manos sobre el ruido.
"Esto es el fin del mundo traído a usted por CNN,
patrocinado por... (ponga su marca aquí)."


El ingenio y el humor histérico no tardaron en hacer su aparición: tres días después por e-mail empezó a circular la foto digitalizada “vacaciones en Nueva York”, un tipo en el observatorio de la torre, un avión acercándosele a la espalda, ¡ay, qué risa, qué desmadre! Juar, juar.

Y el resto, dejando los chistes ácidos a un lado, ya lo conocen: ¿cómo le hacen los gringos para sobrevivir sin cosas qué comprar? ¿Cómo saber que ya no hay (ahora sí) ‘moros’ en la costa? Así, a seis años , el periodo de luto ya expiró y las tiendas de Manhattan están hasta el socket con mercancía alusiva, como si fuera Navidad.

Pareciera que equipos de marketing trabajaron horas extra encontrándole público cautivo a cada tipo de producto: Para los chiquillos, uniformes de bombero en miniatura. Para los adictos a los textos de autoayuda y superación personal, "El Síndrome del 11 de Septiembre: Siete pasos para sobrevivir en tiempos de incertidumbre." Hay quienes prefieren monísimos platos de porcelana pintados a mano... y hasta calcomanías del Calvin meón – fabulosamente popularizadas en microbuses del De Efe-, echándole pis a las palabras “bin Laden”... y si de algo más sofisticado se trata, ¿qué pero le ponen al papel higiénico Osama? (“¡Para limpiarse el terrorismo!”, reza su slogan) y es que para darle con todo al líder de Al Qaeda, hay ¡hasta muñecas vudú!

Ahora bien, esto genera hartos dólares, ¿no es verdad? Seguro se preguntarán a dónde va a parar. Se supone que la mayoría de los comerciantes donan parte de sus ganancias a diversas fundaciones relacionadas con el 11-9, aunque es imposible saber si éste es el objetivo del producto en primer lugar, o si es sólo una justificación para vender sin problemas.

Hay quienes dicen que todo es caridad, otros dicen que dan un porcentaje del total (10 o 20%)… y así la cosa, dependiendo de las intenciones del creador y las ganancias obtenidas. O como decimos por acá: según el sapo, la pedrada.

Aunque sería fácil acusar todo eso como oportunista explotación a lo descarado del dolor ajeno, también es cierto que surgió parcialmente de una necesidad – al menos para el estadounidense promedio- de traducir sus sentimientos a algo tangible. Así es como adquiere algún tipo de sentido el fenómeno de ventas.

Ese día, les cayó monstruoso apañón. No lo esperaban; no es lo mismo leer sobre exterminio de millones en Ruanda, o una masacre campesina en Chiapas. Eso sólo le pasa a otra gente, piensa uno, y por lo tanto, el golpe es más brutal al llegar de mañanita, no entre relámpagos, como en película de horror.

Mucha de la mercancía conmemorativa reza el mantra “no hay que olvidar”, la duda es, ¿hay que recordar para honrar a los muertos, fueran quienes fueran, el banquero millonariazo y el garrotero ilegal, el rescatista caído o la mamá que dejó un bebé que no va a conocerla?

O es acaso recordar para tener una sensación de coherencia en un mundo donde se habla más de os desfiguros de lo que queda de Britney Spears, que de desastres naturales. ¿Qué importa más? Tal vez sea una especie de masoquismo multitudinario y políticamente correcto –moderna afectación gringa-: cada vez que ven esos aviones incrustados en las torres, reviven a escala el sufrimiento, tratan de sentirlo.

Sin embargo, creo que comprar no ayuda a la evocación, sino a olvidar más pronto. Así lo hacen los gringos con su industria del cine y la nostalgia retro. Todo se vuelve melancólico y por lo mismo, de moda. Sutil propaganda o paradoja inexplicable. Haciéndole al clarividente, es obvio que dentro de algunos años esos platos, esculturas, cuadros, sean ‘gringo curios’ subastándose en Internet.

En Estados Unidos (y el resto del mundo, no nos curemos en salud ni demos golpes de pecho), aquellos que no pueden oligarse a sí mismos a recordar el pasado anterior a dos temporadas de American Idol están tristemente condenados a repetirlo.

8 comentarios:

hugo dijo...

conque me has estado visitando sin avisar, eh? vas a ver! pero que bien.

es tremendo el 9/11, cada vez que veo las fotos me vuelvo a poner chinito. es como dices el verdadero inicio del siglo XXI, que se va a poner mas y mas grueso, y con global warming.

saludos.

Anónimo dijo...

Es la segunda vez que lloro hoy.

La vida se está volviendo demasiado cabrona para los de siempre...

Viviana en vivo dijo...

¡Qué buen análisis amiguito!

No podría estar más de acuerdo contigo en la mirada parcial que tienen los gringos de lo que pasa en el mundo, y que por desgracia nos salpica a todos, en una especie de juego ideológico del que es difícil moverse.

Yo ese día me recuerdo fatalista y en shock, pensando en todos esos niños que no conocerían a sus madres o a sus padres.

Besitos

Unknown dijo...

Me dejaste sin palabras, justo ahora mi sobrina me enseña por la camarita de la compu sus "dos torres" de juguete que le regalo otro tio. La verdad ya no se si es cinismo todos estos suvenirs o un afan genuino de dejar atras.
A veces pienso que nos sigue doliendo mas a los que estabamos alejados de todo esto, fuera de este pais, que a sus propios residentes. No se si desear estar equivocada o no.

Miguel Cane dijo...

Hugo:

Ya ves, uno que es lurker por timidez... jua jua jua.

Global warming, histeria colectiva, Britney Spears [nobody wants a Fat Pop Fart]... ¿qué mundo este?

Pero yo soy optimista, porque si no, me lleva la chingada.

Saludos afectísimos.

Miguel Cane dijo...

Otto:

No llores.

Mejor sigue adelante, que vas muy bien. No importa la vida cabrona.

Y los de siempre, somos los de siempre.

Miguel Cane dijo...

Viv:

Yo ese día vomité cuando se desplomó la primera torre.

Pero no puedo dejar que todo se me venga encima, no no no.
Ni tú.

Besos.

Miguel Cane dijo...

Ere:

Yo creo que si no pueden comprar no pueden sentir.

That's the way the cookie crumbles.

Besos exiliados.

Yop