domingo, 8 de abril de 2007

Androide Paranoide


¿Quién puede explicar la naturaleza de nuestros temores más arraigados?

Ciertamente, y aunque está abierto a discusión, Freud no puede.

En la cena de anoche, Sergio -- escritor, periodista, dramaturgo y renaissance man, con quien además de una fina amistad, me une una serie de extrañas coincidencias (de las que hablaré algún día, pero no hoy)-, señalaba que los temores más profundos que tenía Freud a título personal eran, entre otros, al doble (el doppelgänger) y la animación repentina de los objetos inanimados.

Me sorprendió esto, ya que curiosamente, son dos de los miedos irracionales y muy controlados que yo tengo. O como recordarán, les contaba el otro día que le tengo un miedo muy profundo a los robots, especialmente a los que parecen humanos, y no sé muy bien por qué.

De eso hablábamos, precisamente: siempre me ha inquietado la posibilidad de que exista una máquina tan perfecta, que pueda duplicar -- o al menos lo pretenda- al ser humano. De ahí que los androides y las ginoides me de den horror.

Es curioso, entonces, cuando uno descubre algo que puede encarnar los temores que uno tiene (por ridículos que sean) y de hecho, se compartan con otros temores: Violetta, novia de Sergio (de ahí el lazo amistoso que nos une) señaló que hay un cierto personaje, completamente ficticio mas no por ello menos real, que complementa fobias de nosotros dos:

Y para esto, debo explicarme: Violetta tiene, desde hace muchos años, un irracional temor a las personas de origen asiático.

"Todo viene," cuenta "desde mi infancia... teníamos unos vecinos que eran coreanos... ¡y eran muy mala leche! Si me veían llegar de la escuela, con la mochila y muerta de calor, cerraban la puerta del ascensor y lo retenían hasta por diez minutos en su piso. Si llegaba a encontrarme a los hijos de la familia en el patio de mi edificio, me robaban o me rompían los juguetes (éramos los únicos niños en el edificio) y cuando una vez mi mamá les fue a reclamar, la madre de ellos salió y la amenazó con un cuchillo para destazar pescado. ¡No, no! Si te digo, eran terribles. Como mafiosos. Lo peor es que se me quedó muy metido el miedo a los orientales, de cualquier nacionalidad... yo sé que suena como una reverenda estupidez, pero basta conque tengan los ojos razgados para que yo tenga esa mala vibra y hasta repeluz. Con decirte que una vez me mandaron de trabajo una semana a Osaka y me daban ataques de pánico que a duras penas podía controlar..."

Ergo, Violetta y yo descubrimos que quien encarna a nuestros (ya sé, ya sé, completamente estultificados) miedos, es nada menos que la formidable Doctora Cristina Yang, de Grey's Anatomy, teledrama al que nos hemos vuelto adictos como heroinómanos y que seguimos fielmente cada semana por cable. Y esto no es acerca de Sandra Oh, que hace un trabajo increíble en su interpretación, sino que es acerca de la tal Yang.

Y es que he aquí que Violetta le tiene un profundo miedo a Cristina por ser, no sólo una mujer de ascendencia oriental, sino también por su feo e irritable carácter; donde yo sospecho, con creciente desazón, que no se trata de un ser humano, sino que es una sofisticada robota y que, como me pasa desde que vi 2001 y escuché la voz de HAL 9000, hay que desconfiar de ella, ya que podría ser peligrosa.

Nos reímos como sandios, claro está, pero aún así, la noción de este terror anormal a que podamos ser sustituídos por piezas de tecnología y mecánica superavanzada, no deja de estar presente en mi persona desde una muy temprana infancia... aún si es un temor que he aprendido a abrazar con cierto cariñito y además, a meter cuidadosamente en una gaveta. No vaya a ser que la gente diga que tú y yo estamos locos, Lucas.

Mi primer brote de esta idea se debe, sin duda, a ver una película que, eventualmente, se volvería icónica para mí por múltiples razones.

En 1981, cuando mis abuelos se mudaron a Cuernavaca, mi abuelo Miguel y yo continúamos con nuestro hábito de ir al cine a la primera oportunidad, aún si no era con la frecuencia con la que lo hacíamos en años anteriores, cuando íbamos al cine en esta ciudad. Al final de cuentas, Cuernavaca es ostensiblemente una ciudad más pequeña y en esa época, era aún más un lugar de descanso que otra cosa: el surtido de películas en los cines de segunda corrida (hoy ya inexistentes aquí, pero llamados revival houses en Estados Unidos, donde sí existe una noción del respeto al cine que no es de riguroso estreno) era muy limitado y algunas salas no tenían la calidad mínima en servicio o instalaciones (léase: eran cines piojito, o bien, muladares). Sin embargo, teníamos suerte: cerca de la casa que habían comprado, había una sala de grandes dimensiones llamada Cinema Cuernavaca que cada semana presentaba programas dobles de diversos reestrenos de cintas principalmente estadounidenses, de los 60 y 70, por lo que íbamos a cada rato, dejando a mi abuela en santa paz para atender su jardín, hacer calceta y/o ver sus "novelas" en la tele.

Así, una de las veces que fuimos, nos echamos, con palomitas y refresco, dos películas que tenían temas afines: la paranoia. La función estelar fue Maratón de la muerte, con Dustin Hoffman y Laurence Olivier (que ayudó a desarrollar de manera desproporcionada mi pronto inenarrable aversión por los Nazis y los dentistas, pero de eso hablaré otro día), pero la primera del programa es una que se quedó conmigo para siempre y que aprendí a amar y temer, al mismo tiempo.

Me refiero, damas y caballeros, a The Stepford Wives.


Presentada bajo el poco afortunado título en español de Atrapadas, este film de 1975, dirigido por Bryan Forbes (de quien años más tarde descubriría joyitas hoy casi del todo olvidadas como Sèance on a Wet Afternoon, King Rat o Whistle Down The Wind) y basado en una pequeña gran novela de Ira Levin (sí, el padre de mi santo grial: Rosemary's Baby), cuenta la historia de Joanna Eberhart -- Katharine Ross, que se parecía a mi madre una barbaridad, será por eso que me llegó tanto su actuación-, una joven madre y ama de casa que se ve manipulada de un modo poco sutil, a dejar Manhattan y mudarse al elegante suburbio residencial de Stepford, en Connecticut (¡rodeada de conservadores Republicanos! ¡Ay mamacita!) donde descubre, junto con su amigocha Bobbi Markowe -- esa comediante maravilla con piernas de campeonato llamada Paula Prentiss-, que todas las "ñoras" del pueblo se comportan de un modo aberrante: sólo piensan en limpiar la casa hasta el punto de la ostentación y en complacer a sus maridos, hasta el punto de la esclavitud. No pasará mucho antes de que la vivaz y sensacional Joanna descubra que la "Asociación Masculina" (Rotarios, anyone?) de la localidad, está en siniestro compló, sustituyendo a sus esposas por... ¡Gulp!... Robotas.

Aquí tienen el trailer original de la cinta. Ya se le notan los años, pero aún tiene su garra, cómo de que no.

Podría decir que acaso mi pánico de ahí deriva.

¿Sería mi papá capaz de sustituir a mi mami, entonces (y aún hoy) mujer profesionista y económicamente independiente por una muñeca de verdad? (recordemos que, encima, el parecido entre mi mamá y Ms. Ross era notable, así que con más razón crece mi angustita -- iba a cumplir siete años, así que era proporcional a mis compactas proporciones- ¿Por qué nadie se daba cuenta de que eran robotas? ¿Nadie podía hacer nada?

Con los años, comprendí por qué la película generó tal seguimiento de culto: no sólo es muy efectiva (la fuente original lo garantiza, no hay novela mala escrita por Levin) y se las arregla para dejar huella -- especialmente en Estados Unidos, siempre habrá una mujer que sea conocida como una Stepford Wife- . Con los años, apareció el inevitable remake que, pese a llevar un reparto de primera, encabezado por Nicole Kidman, fue un fracaso estrepitoso y vergonzante -- aquí se arrepintieron de convertir a las mujeres en robotas y la trama acabó en un desbarajuste inane.

Así pues, mi temor a los robots, androides y anexas, posiblemente devenga de una tarde de cine, que se integró a mi vida al paso del tiempo. Evidentemente, es un miedo bobo, pero tan existente como otros que tengo (al fanatismo religioso, a la irracionalidad política, a las masas enardecidas, a perder las facultades, a los pájaros...) y que finalmente, conforman este amasijo de contradicciones que uno es.

Y ahora, si me disculpan, tengo una cita en el Hospital Seattle Grace.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Una màs que tengo por ahi empaquetada, la original Stepford...que ya verè jaja.

Es curioso que toques en estos dìas el asunto robòtico. Yo me acabo de chutar Demon Seed con tu idola Julie Christie y tambièn va por ahì el asunto. Acà es como la versiòn de HAL incrementada a su màxima potencia de maldad e inteligencia (ay Koontz) y es de esas pelis que te quedas con cara de "What?"...y mira que la Christie se salva del patinazo.

En resumen: no me dan miedo los orientales y al menos de momento (y porque no conozco en vivo a ninguno) los robots.

Sì a meterme a callejones obscuros, a la gente con lepra, a acampar (Blair Witch? jeje), conejos y hurones jaja...

Saludos Cane.

Miguel Cane dijo...

¿A los conejos, Davis?
¿Te cae?

Te digo que luego hay cada fobia inexplicable...

Sobre Demon Seed, pese a lo que diga Le Vetarré Loqué, nunca le he elogiado el argumento o desenlace... sino el estilo de Donald Cammell al dirigir, su atmósfera, trabajo visual y desde luego a Julie Christie (oye, no cualquiera se avienta a hacer algo como éso). Pero ahí fijate que no me dio miedo, porque Proteo es una computadora ajena a un cuerpo humano. Era como HAL, en eso tienes razón y yo ni a HAL ni a SAL les temía.
(Y de paso, aunque no haga falta, aclaro, que yo no odio a las mujeres, aunque no falta esa patética zeñora que me acuza de mizógino y gentuza, la pobre infeliz)

La que sí me daba un profundo temor, era María, la Robota de Metrópolis, porque ella sí se disfrazaba de humana y se reía, la muy gandalla, del daño que había hecho. Y ahí se conjugan dos de mis miedos: a los robots y a las películas mudas (luego te explico).

La única oriental que me daba miedo era Yoko (Ono). Hasta hace 10 años, que la conocí en conferencia de prensa en el Museo Rufino Tamayo, y dijo "I am really a very funny person" y ya entonces me cayó simpática.

Abrazos, David Swinton.

senses and nonsenses dijo...

no tenía ni idea de que la de kidman era un remake. no conozco la original.
siempre es un placer aprender contigo.

un abrazo.

Miguel Cane dijo...

Senses, Sensei.

No sólo era remake, sino que además, el original es superior por mucho. Mucho.

Otro abrazo hasta Babilonia.

M

(Cantando The Acid Queen)

Dushka dijo...

A mi Cristina Yang me cae excelente, porque dice lo que piensa. Ademas, si tuviera que decidirme por un doctor, seria ella sin duda. A veces es una bendicion contar con alguien con caracteristicas roboticas.

DZ

Miguel Cane dijo...

Dear Dushka,

Sí, yo también iría con Cristina, aún si parece robota... Meredith es demasiado dark and twisty para mi gusto y no soporto a George "berrinchitos" O'Malley, al que no dejaría que me operara ni de chiste (ni a Isabel "Cuckoo" Stevens... mi favorita es Addison Forbes Montgomery ex Shepard, pero por desgracia, no podría ser su paciente, por razones obvias.

Así que sería Cristina Yang (o acaso Burke), hands down.

Un beso

Miguel Cane dijo...

My dear:

¿Fobia a ti mismo?

Naaaaahhhh....

Dushka dijo...

Viva!! Mi favorita tambien es Addison!

La que mas me cae mal es Issy. She's nuts.

Anónimo dijo...

A la gente con lepra, David? Menos mal que te tocó vivir en este siglo...

Bueno, mientras tú y Miguel no le tengan fobia a los orientales pero los de la República Oriental del Uruguay, todo bien. :-D

Yo te diría que salvo una fobia a la oscuridad de la que me ha quedado una cierta incomodidad... lo más parecido es un asco horrible a las cucarachas. Pero así, irracional, lo de la oscuridad.

Después tengo cierta incomodidad sospechosa en las aglomeraciones de gente, pero no entra dentro de lo irracional.

Un abrazo!