lunes, 16 de abril de 2007

Con todos menos contigo

There's a club, if you like to go
you’d meet someone
to really love you
so you go and you stand
on your own,
and you leave
on your own,
and you go home,
and you cry
and you want to
die...
–The Smiths
How Soon is Now?

Esta es la verdad, no tendría porqué negarla o aplicarle pestañas postizas.
Odio los antros.
Así, sin preámbulos.
Los aborrezco como al instituto – léase reclusorio - ultraconservador, católico y de extrema derecha donde cursé la secundaria. Los odio tanto como a los Boy Scouts -- donde potr obligación desperdicié nueve años de mi niñez. ¡Los odio con odio caníbal!

Donde confieso que he asistido a muchas fiestas y me encantan las cenas, reconozco que esta abominación mía hacia la vida nocturna en bares y discotecas (por mí, la tal Alicia Bridges y su I love the nightlife pueden irse derechito a la mierda), es la manera en que manifiesto mi disgusto ante las exigencias e injusticias del mercadillo de carnes – o carnisalchichonería, como dice Carolina,- y filetitos que suelen exhibirse sin pudor alguno en (poco) sofisticados garitos de vicio y perdición que abundan como hongos en esta ciudad.

De hecho, acudir ocasionalmente a alguno ha de ser una especie de manifestación de un reprimido masoquismo, porque me da horror desde el momento en que tengo que pensar en qué clase de garras me pondré – que, siguiendo fielmente los dictados de la moda, preferentemente parezcan de firma, aunque corra el riesgo de sufrir consabido secuestro express... aunque ahora que lo pienso, es una paradoja, ya que si no luzco como de catálogo, podría volverme invisible ipso facto, tras ser barrido de arriba abajo por la runfla de mariconas poseras que alzarán la ceja al estilo María Félix y luego procederán a ignorarme, como que al resto de la exótica fauna que cruce la puerta tras de mí.

Así pues, la sola idea de ir y probar suerte en un antro me aterra, pero como las malditas matemáticas, es un mal necesario.

Y además, es una soba (por no decir joda) encontrar un antro decente en esta ciudad: y no me refiero precisamente a la calidad moral del grueso de sus parroquianos; mas bien apunto, insinúo, sugiero y manifiesto los detalles pertinentes a la música, calidad no adulterada de las bebidas --¿qué rayos le pondrán a la cerveza en algunos? Hay sitios donde a la tercera Lager se te borra el cassette por lo que corres el riesgo de amanecer encuerado y, como reza la leyenda urbana, sin algún órgano interno, en un muladar de las afueras-, y sobre todo a la actitud del personal y locuelas asiduas al Cha-Cha-Cha que bailotean de aquí para allá y se comunican entre ellas con chillidos estridentes que terminan con cualquiera de éstas: mana, loca, golfa o Peyyya (léase: perra). Exactamente la clase de criaturas que siempre he pensado hacen que nos crean a todos iguales y nomás no, que conste.
Pero sí, su presencia en un antro es de rigeur y ni modo.

Como decía, hallar un lugar que valga la pena es difícil las más de las veces, pero no siempre imposible, aunque casi todos los establecimientos pensados para la hipotética comunidad gay que conozco, de un modo u otro carecen de humanidad y pretenden ser réplica del padrísimo club que aparece en la primera escena en El Ansia/The Hunger, sólo que la Deneuve y Bowie jamás pondrán un pie en ellos; sin embargo al no haber de otra sopa en el menú, como bien apunta Vic (mi entrañable coma), si quieres conocer a alguien, tú te arreglas, te aguantas y ahí te estás, aunque sea un rato, para circular, mostrando tu mejor sonrisa.

Ergo, la noche señalada, me baño por segunda vez en el día, me pongo champú y tallo bien mis rinconcitos (you never know), ya que en este escenario, dice Carolina, estás obligado a hacer lo que un gran número de mujeres: tienes que verte lo mejor posible, sólo que en vez de tener un teclado espectacular, debes tener una entrepierna monumental – entonces, pienso, por default yo ya perdí.

Una vez que se cruza la puerta que separa a la calle del congal disfrazado de bar quesque cosmopolita, la cosa se pone buena, mas no dura. En el aire suena la última rola de Paulina Rubio y la chaviza se arremolina en la pista, accesorizados con lentes de burbuja, atuendo Grypho couture – aunque sea pirata, es de cajón entre la tropa- y plataformas para bailotear. Pido una coca light y (para mi creciente horror) la canción cambia por el cover de un viejo numerito de Raphael que se ha puesto de moda: ¿qué pasará, qué misterio habrá? ¡puede ser mi gran noche! grita el mediocre imitador del divo de Linares y lo corea junto a mí un ñor que se nota, dejó atrás los cincuenta hace un buen rato.

El presunto, muestra una sonrisa salpicada de nicotina y correspondo al gesto, aún si en mi cabeza hay una voz que grita alarmada: haz lo que quieras pero por tu madre, no me toques; no obstante, descubro casi enseguida que la dentadura amarillenta se desnuda para un morenazo de fuego que está a mis espaldas, así que me aparto de la barra y procedo a cumplir el onceavo mandamiento (no estorbarás) y sigo las miradas de varios concurrentes, ya que todas se centran en un mismo punto:

Esto es lo que se deja ver: entra un bastante potable fulanito de uno setenta y pico, pectorales impresionantes, ajustados jeans forzados por no muy discreto paquete, nutridos bíceps y tríceps que enmarcan abdomen de lavadero bajo camiseta pegada. Por si no bastara, adorna su carita de niño Televisa con candado de algunos días y ostenta arracada deslumbrante en su oreja. Como dijo Joe Jackson: All the gays are macho, see the leather shine.

Su actitud desdeñosa para el resto de los que chorrean baba a distancia en cuanto aparece, es un estímulo más. Yo soy realista, sé que de éstas pulgas no brincan en mi proverbial petate, pero lo mismo, no dejo de mirar: supongo que no faltará mucho para que le manden una cerveza. Esto es lo que se conoce como chacalón de cierta categoría. Me pregunto si será chichifo (vulgo: prostituto) y de a cómo va la pedrada con él.

Ataviado con mis garritas de marca – que nadie identifica de cualquier modo, lástima de ropita- me incorporo al ambiente y checo cómo entra en acción, convertido en un auténtico espía: yo soy la verdadera Rosa Klebb.

Pronto, se desarrolla la escena: el plato fuerte es un monito tipo graduado de la Ibero al que desde lejos se le nota lo esnob: es la clase de rey del clóset con el que alguna vez fui a dar al catre, y que sólo se digna a aparecer por aquí para buscar carnita, generalmente hasta la peineta con una que otra droga recreacional que se mete para echarse valor antes de aparecer por estos lares, no lo vaya a identificar algún conocido.

Veo cómo éste y el muñecazo en renta se descubren de un lado a otro del antro: como dice la canción de Bosé, su olor atrae a la ciencia, su carne al predador. A estas alturas del poema, yo ya soy prácticamente invisible, mientras el efebo en cuestión, que actúa como una suerte de Brad Pitt de petatiux, extiende su musculatura como cola de pavorreal. El pobrecito niño rico se acerca y posa cerca de él. Se hacen tarugos por unos minutos, aunque son más obvios que las criaturas que se hacen Shakiras bailantes; yo oigo mientras se saludan con varoniles “hola”, ¡Ay! jijiji, total, por mí ni se preocupen, chicos, yo casi no estoy aquí.

El triste y patético juego del ligue de bar se desenvuelve ante mí como una obra de teatro que ya conozco, que es más, podría escribir con ojos vendados: mientras los menos agraciados, los gordos, los que no parecen estrellas de comerciales observan (observamos, aunque yo sea invisible) purgados muchos por la envidia, cómo los jóvenes concupiscentes en pleno éxtasis se coquetean, y luego comienzan a intercambiar saliva con singular alegría. En un ligero respiro qyue se dan, oigo hablar al presunto quesque gigoló y descubro, sin sorpresa, que es cubanito. Últimamente, todo mundo anda con modelo de importación: argentinos, cubanos, ibizeños y un largo etcétera-etcétera-etcétera, que lucen cuerpazos de gym, como si ésto no costara esfuerzo.

Así al cabo de un rato de fajar sin pudor alguno, el pedante niño repipi parece satisfecho, nos mira a todos con cara de “vean y sufran” (otra razón para que me choquen estos lugares y esa clase de gente), mientras se relame los labios y se come con los ojos a su bizcochito para la noche... hasta que pasa algo más.

El huracán caribeño mira su reloj, dice “ya vengo”, saca un teléfono celular de su bolsillo mientras va al baño. El otro parece que fuera a reventar de orgullo. Pero pasan cinco minutos, luego diez y quince. Entonces recuerdo de que este lugar tiene una discreta salida junto a los baños. Seguramente llamó el mejor postor, el pájaro voló y nuestro Príncipe de las Lomas parece de repente mortificado al recordar las posibilidades del oficio también.

Así las cosas, humillado, va a tener que esperar otro rato antes de irse como los demás, que ahora lo miran con el mismo desprecio que prodigó con esmero apenas media hora antes. Por alguna extraña razón, este desenlace consigue hacerme sentir reivindicado y no puedo evitar sonreírme a la mala mientras me alejo de la barra, con un inexplicable brote de gozo en mi retorcido y negro corazón.

Pero no hay que llorar, hay que saber perder.

Lo que sí, aunque salgo riéndome del lugar. tampoco quiere decir que me guste. La verdad es que odio los antros... y no me importa admitirlo. Cada quién sus vicios, y sus visiones.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE PUTO ERES MARICON DE MIERDA

Anónimo dijo...

ayy reconoci esos cachetitos ex-cedartianos en cuanto te vi.

Cuquita, la Pistolera dijo...

Querido Cane, eres un genio. Tu crónica me hizo morir de la risa. Describes tal cual el mercado de carnes de los antros y sus exigencias.
Y bueno, más asco que los antros que describes me dan los retrógrados autores de anónimos que lo único que demuestran es su pequeñez e insuficiencia mental.

Anónimo dijo...

Miguel genial lo que has escrito como todo lo que escribes, ¿será eso y no otra cosa lo que le molesta al cobarde del anónimo?
Una amiga mia de Valencia fue a trabajar a Madrid e ibamos a su casa a veces de fiesta. Total que un fin de semana de los que fuimos a Madrid fuimos a una discoteca gay, La Polana en Chueca, y bueno no paraban de meternos mano. He ido a otras en Valencia, con amigos gays y nunca me había pasado. En fin curioso, no me habían tocado tanto el culo en mi vida, jejejeje.
B7s

senses and nonsenses dijo...

tb pertenecen a mi pasado, pero he de reconocer que me lo pasé muy bien. todo tiene una época.
...de la superficialidad, de la trivialidad, siempre hubo, puede que el culto al cuerpo, a la juventud, a la belleza haya llegado a unos extremos estúpidos...

un abrazo.

Anónimo dijo...

Cuando yo era bebé tú ya ibas a los antros. Yo aún no he ido a ninguno, por sorprendente que suene, y tu relato me ha quitado las pocas ganas que mi personalidad amante de la paz y "odiante" del ruido había cosechado.

Me agrada tu forma de escribir. Muchas gracias por el comment en mi blog :D.

Anónimo dijo...

"Bailábamos como un par de enamorados. Y francamente acabamos enamorados: yo de él y él de un sudamericano que llevaba pestañas postizas" ¿Recuerdas esto? ¿Recuerdas cómo me encandilé con un modelito de la Ibero que pa' colmo, ni siquiera sabía apreciar mis cualidades como mujer? Así es esto de la vida nocturna... pero al final de cuentas, yo me doy mis vueltas de vez en cuando para nutrir mis taconazos popis, ¿Qué le hacemos? De alguna fuente tengo qué darle de beber al monstruo, no?

B.B.
V.V.

Miguel Cane dijo...

My dear: ¡Yo también tuve mi era discotequera! (Dios lo sabe)
Lo chistoso es que casi todas las discos a las que iba, eran discos de heterosexuales... ¡porque a esas iban mis amigos!

No puedo imaginarte en una discothèque.

Quizá sea mejor... ;P

Abrazos, my dear.

Miguel Cane dijo...

Anónimo de Cedart:

Sí recuerdo lo de la Bulba Asesina (de hecho, era la Vagina Asesina del Espacio Exterior)... ¡Dame más pistas, no?

O de plano, ¡lánzate a mi presentación!

Saludines, ex-Frido(a)...

Miguel Cane dijo...

Miss Ku,

Ay pues ni tan genio, ¿eh?
¡Si lo fuera sería irresistible, sin necesidad de sentir que debería modificar mi aspecto, cosa que aún hoy, me hace sentir enojado conmigo mismo.

Un beso
¿Nos vemos el miércoles?

Miguel Cane dijo...

Faraona, Faraona:

¡Cómo! ¡Te metieron mano en un bar gay!

No seas mala, ¡llevameeee!

:P

B7s x 2

Miguel Cane dijo...

Ah, mi querido Senses/Sensei...

¡TODOS TENEMOS UN PASADO!

jeje... y sí, llega la época en que esas cosas se le pasan a uno.

¡Para mi buena suerte!

Prefiero bailar sin salir de casa... ;)

Muchos abrazos

Miguel Cane dijo...

Fargok,

La gente te dirá de dónde viene y a dónde va. Pero hasta que no llegues ahí, no sabrás dónde estás.

Asómate por lo menos una vez.

Y de nada.

Miguel Cane dijo...

Bienamada Violetta:

¡Claro que me acuerdo del date más deprimente de tu vida!

Sin embargo, algo me queda claro de esta clase de experiencias. Refrendan mi sentido de ser un hombre de verdad aunque también yo soy una muchacha igual que todas.

Cosas de tener lo mejor de ambos mundos, darling.

Besos bbdos