El Ganzúas llega al Top 40
Mi amigo el Ganzúas cumple cuarenta años hoy.
¡Quién lo viera!
Cuando yo lo conocí, José Luis (que ese es su verdadero nombre) era un chavo muy alivianado -- sigue siendo muy alivianado-, que representaba para un bisoño como lo era yo (¡qué tiempos aquellos de mi pálida y temblorosa juventud!) todo lo que un joven soltero debía ser en la vida.
¡Quién lo viera!
Cuando yo lo conocí, José Luis (que ese es su verdadero nombre) era un chavo muy alivianado -- sigue siendo muy alivianado-, que representaba para un bisoño como lo era yo (¡qué tiempos aquellos de mi pálida y temblorosa juventud!) todo lo que un joven soltero debía ser en la vida.
La historia de por qué le decimos Ganzúas, nace de esta anécdota: una vez, después de una reunión post-taller en el café La Ronda, cuando éramos pupilos del insigne Rafa Ramírez Heredia, José Luis -- o Joselo, como prefiere que le digan, aunque yo nunca le digo así, sabrá Dios por qué- se ofreció a darme un aventón en su auto... que por cierto, es la única persona que conozco que ha ganado dos autos en el mismo sorteo, con dos boletos distintos... ¡suertudote!
El caso es que cuando llegamos a su auto, descubrió que ¡había dejado las llaves dentro! ¡Ah, la baba! ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? José Luis iba de un lado para otro de la empedrada calle coyoacanense, tirándose de los pelos (sí, en esa época, tenía más abundante y blonda cabellera -- pero yo también pesaba menos kilos, claro) y buscaba una solución a nuestra ridícula situación, mientras que yo me encomendaba a todos los santos, para que no nos fuera a encontrar algún tunante o peor tantito, una patrulla (same difference).
"Oye, Miguel," me dijo "¿No traerás una Ganzúa?"
"¿Eh?" Le dije yo, escandalizado [en esa época me escandalizaba con una facilidad casi enternecedora] "¿Cómo que una ganzúa? ¿Ya me viste cara de tepitense o qué?"
Para aquellos que no lo saben: Tepitense es aquél oriundo del peligroso barrio de Tepito, donde se mueve toda clase de tráfico: de blancos y electrodomésticos, zapatos tenis, accesorios de moda, armas de fuego y hasta indulgencias. Los tepitenses son, tradicionalmente, los desmanteladores de autos más rápidos de Occidente.
"No, pues es que... ¿cómo le vamos a hacer?"
"¡Ay no sé!" (ya me andaba yo angustiando y nada más se hacía más noche y estaba aquello oscuro, oscuro como una nave abismal... jua jua) "¡Pero piensa en algo que tengo reteharto miedo y tengo muchas ganas de hacer pis!"
Por fin, José Luis desistió de la idea de hacer una ganzúa o de tratar de bajar el cristal de la ventanilla unos milímetros para meter una agujeta de zapato anudada como lazo [sí, a mí también me pareció una idea, por decir lo menos, bizarra] y mi sugerencia de romper el vidrio con una piedra -- compréndanme, tenía miedo y la vejiga a punto de reventar- fue recibida con una mirada de escándalo.
"¡Ya me acordé! Tengo un duplicado de la llave del coche en mi casa. ¿Tienes dinero?"
"Algo, ¿por...?"
"Préstamelo. Voy de volada a mi casa en un taxi y regreso por ti."
"¡¿Y YO QUÉ?!" Esto ya, con angustia soterrada y franca histeria apenas contenida, you know.
"Pues tú tendrás que cuidarme la nave un poquito... no la puedo dejar aquí sola... no me la vayan a dejar en palitos (né, sin las cuatro ruedas)"
Total que el Ganzúas, que en esa época aún no era conocido como tal, se lanzó a la calle en pos de un taxi, dejándome montando guardia junto a su flamante coche recién ganado en un sorteo, y pasando mi peso de un pie a otro con profunda ansiedad, temeroso de que me fueran a asaltar/me fuera a ganar la pis, cosa que NUNCA me había sucedido, desde que había dejado yo de ser un pañalón, décadas atrás...
Pasaron varios minutos, enlazándose en decenas, hasta que al cabo de tres cuartos de hora, apareció a bordo de un taxi mi rubio amiguito, con el duplicado. ¿Que por qué se había tardado tanto? Ah, pues porque no sólo buscó las pinches llaves, también se puso un pulóver (solo estaba en mangas de camisa antes) y se tomó un vasito de leche y una galleta, porque le dio hambrita... "¿Y tú qué tal, mano?"
¡Casi lo mato!
Habían pasado dos patrulleros que me miraron feo (¿qué pensarían? ¿Que era yo un sexoservidor con aspecto de estudiante universitario?), dos colocadísimos politoxicómanos que me pidieron, no, exigieron dinero y que al no tener para darles, me gritaron "¡Pinche rotito!" y "¡Lástima de ropita!", alejándose mientras proferían cordiales saludos a mi mamacita; para empeorar el asunto, yo tenía a esas alturas del poema la vejiga más hinchada que un zeppelin y hacía un frío de los mil demonios, además, como en esa época yo fumaba, me había puesto tan nervioso, que me fumé como diez cigarros mentolados Benson & Hedges -- sí, los de 100 milímetros- de un chingadazo en cuarenta y cinco minutos (cuando habitualmente una cajetilla me duraba una semana), nomás por pura ansiedad.
"¡Ay, maldito!" le dije yo "¡Ahora nomás por eso, me vas a hacer casita mientras hago pipí en este pinche árbol!" Y efectivamente, fue mi guardaespaldas mientras yo me aliviaba, descargándome de mis cuitas y de mi susto haciendo algo que me daba una pena terrible en la vía pública, aunque ya estando ahí mi cuate, no tenía qué temer. ¡Ganzúas! ¡Háganme el favor! No obstante, me llevó hasta la puerta de mi casa y para que se me pasara el susto, se puso a cantar canciones de Morrissey a voz en cuello... no pude hacer más que echarme a reír.
A la semana siguiente, le contamos a la banda (Gilda, Liz, Bettina y mi Compadre Alejandro, entre otros) lo que nos había ocurrido y fue la primera vez que me referí a José Luis con el atributo de "Ganzúas", a lo que mi compadre aseveró, con el tino de siempre (es magistral para poner motes), que éste era más bien el Ganzúas porque "En todas partes quiere meter el fierrito" en clara y deliciosamente procaz alusión a su proclividad de coquetear sin pudor alguno con cuanto ejemplar del sexo opuesto encontraba.
Y así se le quedó.
Hoy todavía, muchos le decimos así... y él sabe que los que lo conocemos por ese nombre, lo hacemos por este episodio en su historia: el taller de los martes en Coyoacán.
Mis papás lo quieren mucho, han de saber, y bueno, es un amigo al que le tengo especial devoción, aún si lo veo con tanta frecuencia como la tierra al Halley. Aunque hubo un tiempo, claro, en que era con más asiduidad, pero los caminos de la vida, que ya se sabe, no son lo que yo pensaba, no son como imaginaba, no son lo que yo creííííaaaa.
El caso es que cuando llegamos a su auto, descubrió que ¡había dejado las llaves dentro! ¡Ah, la baba! ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? José Luis iba de un lado para otro de la empedrada calle coyoacanense, tirándose de los pelos (sí, en esa época, tenía más abundante y blonda cabellera -- pero yo también pesaba menos kilos, claro) y buscaba una solución a nuestra ridícula situación, mientras que yo me encomendaba a todos los santos, para que no nos fuera a encontrar algún tunante o peor tantito, una patrulla (same difference).
"Oye, Miguel," me dijo "¿No traerás una Ganzúa?"
"¿Eh?" Le dije yo, escandalizado [en esa época me escandalizaba con una facilidad casi enternecedora] "¿Cómo que una ganzúa? ¿Ya me viste cara de tepitense o qué?"
Para aquellos que no lo saben: Tepitense es aquél oriundo del peligroso barrio de Tepito, donde se mueve toda clase de tráfico: de blancos y electrodomésticos, zapatos tenis, accesorios de moda, armas de fuego y hasta indulgencias. Los tepitenses son, tradicionalmente, los desmanteladores de autos más rápidos de Occidente.
"No, pues es que... ¿cómo le vamos a hacer?"
"¡Ay no sé!" (ya me andaba yo angustiando y nada más se hacía más noche y estaba aquello oscuro, oscuro como una nave abismal... jua jua) "¡Pero piensa en algo que tengo reteharto miedo y tengo muchas ganas de hacer pis!"
Por fin, José Luis desistió de la idea de hacer una ganzúa o de tratar de bajar el cristal de la ventanilla unos milímetros para meter una agujeta de zapato anudada como lazo [sí, a mí también me pareció una idea, por decir lo menos, bizarra] y mi sugerencia de romper el vidrio con una piedra -- compréndanme, tenía miedo y la vejiga a punto de reventar- fue recibida con una mirada de escándalo.
"¡Ya me acordé! Tengo un duplicado de la llave del coche en mi casa. ¿Tienes dinero?"
"Algo, ¿por...?"
"Préstamelo. Voy de volada a mi casa en un taxi y regreso por ti."
"¡¿Y YO QUÉ?!" Esto ya, con angustia soterrada y franca histeria apenas contenida, you know.
"Pues tú tendrás que cuidarme la nave un poquito... no la puedo dejar aquí sola... no me la vayan a dejar en palitos (né, sin las cuatro ruedas)"
Total que el Ganzúas, que en esa época aún no era conocido como tal, se lanzó a la calle en pos de un taxi, dejándome montando guardia junto a su flamante coche recién ganado en un sorteo, y pasando mi peso de un pie a otro con profunda ansiedad, temeroso de que me fueran a asaltar/me fuera a ganar la pis, cosa que NUNCA me había sucedido, desde que había dejado yo de ser un pañalón, décadas atrás...
Pasaron varios minutos, enlazándose en decenas, hasta que al cabo de tres cuartos de hora, apareció a bordo de un taxi mi rubio amiguito, con el duplicado. ¿Que por qué se había tardado tanto? Ah, pues porque no sólo buscó las pinches llaves, también se puso un pulóver (solo estaba en mangas de camisa antes) y se tomó un vasito de leche y una galleta, porque le dio hambrita... "¿Y tú qué tal, mano?"
¡Casi lo mato!
Habían pasado dos patrulleros que me miraron feo (¿qué pensarían? ¿Que era yo un sexoservidor con aspecto de estudiante universitario?), dos colocadísimos politoxicómanos que me pidieron, no, exigieron dinero y que al no tener para darles, me gritaron "¡Pinche rotito!" y "¡Lástima de ropita!", alejándose mientras proferían cordiales saludos a mi mamacita; para empeorar el asunto, yo tenía a esas alturas del poema la vejiga más hinchada que un zeppelin y hacía un frío de los mil demonios, además, como en esa época yo fumaba, me había puesto tan nervioso, que me fumé como diez cigarros mentolados Benson & Hedges -- sí, los de 100 milímetros- de un chingadazo en cuarenta y cinco minutos (cuando habitualmente una cajetilla me duraba una semana), nomás por pura ansiedad.
"¡Ay, maldito!" le dije yo "¡Ahora nomás por eso, me vas a hacer casita mientras hago pipí en este pinche árbol!" Y efectivamente, fue mi guardaespaldas mientras yo me aliviaba, descargándome de mis cuitas y de mi susto haciendo algo que me daba una pena terrible en la vía pública, aunque ya estando ahí mi cuate, no tenía qué temer. ¡Ganzúas! ¡Háganme el favor! No obstante, me llevó hasta la puerta de mi casa y para que se me pasara el susto, se puso a cantar canciones de Morrissey a voz en cuello... no pude hacer más que echarme a reír.
A la semana siguiente, le contamos a la banda (Gilda, Liz, Bettina y mi Compadre Alejandro, entre otros) lo que nos había ocurrido y fue la primera vez que me referí a José Luis con el atributo de "Ganzúas", a lo que mi compadre aseveró, con el tino de siempre (es magistral para poner motes), que éste era más bien el Ganzúas porque "En todas partes quiere meter el fierrito" en clara y deliciosamente procaz alusión a su proclividad de coquetear sin pudor alguno con cuanto ejemplar del sexo opuesto encontraba.
Y así se le quedó.
Hoy todavía, muchos le decimos así... y él sabe que los que lo conocemos por ese nombre, lo hacemos por este episodio en su historia: el taller de los martes en Coyoacán.
Mis papás lo quieren mucho, han de saber, y bueno, es un amigo al que le tengo especial devoción, aún si lo veo con tanta frecuencia como la tierra al Halley. Aunque hubo un tiempo, claro, en que era con más asiduidad, pero los caminos de la vida, que ya se sabe, no son lo que yo pensaba, no son como imaginaba, no son lo que yo creííííaaaa.
Con el paso del tiempo, el Ganzúas comenzó a adquirir responsabilidades de adulto. Conoció a una chica espléndida llamada Jisel, a la que yo quiero mucho, mucho, y con ella tuvo dos preciosos hijos: Diego (generación '99) y Eugenia (generación '01), que son unos chamacos realmente vibrantes e inteligentes y que han heredado lo mejor de ambas partes.
Hoy, el Ganzúas, por circunstancias de la vida, no está con la madre de sus enanos, pero siguen manteniendo una buena relación como padres.
En su camino a la madurez, el Ganzúas pasó por muchas etapas, pero por fín alcanzó el lugar que merecía hallar. Supongo que en mucho para él influyó su encuentro espiritual con las enseñanzas de Krishna y por lo mismo, le ha proporcionado un panorama distinto de las cosas.
No pude despedirme del Ganzúas cuando me vine a España.
Pero eso no quiere decir que no lo quiera. Lo sabe.
Y ahora, ha llegado a la década privilegiada de los 40. Estoy seguro de que los disfrutará tanto como gozó de sus treintas. Y quién lo sabe... tal vez un día lea esto y sepa que en este finisterre, recordándolo con risas, se piensa en él.
Hoy, el Ganzúas, por circunstancias de la vida, no está con la madre de sus enanos, pero siguen manteniendo una buena relación como padres.
En su camino a la madurez, el Ganzúas pasó por muchas etapas, pero por fín alcanzó el lugar que merecía hallar. Supongo que en mucho para él influyó su encuentro espiritual con las enseñanzas de Krishna y por lo mismo, le ha proporcionado un panorama distinto de las cosas.
No pude despedirme del Ganzúas cuando me vine a España.
Pero eso no quiere decir que no lo quiera. Lo sabe.
Y ahora, ha llegado a la década privilegiada de los 40. Estoy seguro de que los disfrutará tanto como gozó de sus treintas. Y quién lo sabe... tal vez un día lea esto y sepa que en este finisterre, recordándolo con risas, se piensa en él.
Comentarios
*Señor: Su blog está recoqueto. Saludos!
Besos
Pues leyendo éste blog te escandalizarás bastante, te lo garantizo.
Un día seremos amas de casa y desesperadas, encima.
Un beso superpitagórico.
Y si yo te contara todas las anécdotas por las que pasé con ese grupo de amigos... ¡Uy, no acabo!
Brindo por Madrid...