lunes, 31 de diciembre de 2007

Papá --

Hoy hace un año, cuando te escribí por primera vez para contarte todo lo que había hecho, y que planeaba hacer (y que ahora ya hice) pensé que ciertamente no me leerías, pero de cualquier forma quise hacerlo y ahora volví a hacer lo mismo, un año más tarde, aunque sea para decirte que no me retracté de mis planes, y que aunque sean ya veintiséis años, se sigue pensando mucho -- todos los días- en tí; que aunque no estés y se te eche en falta, también estás siempre presente aquí, conmigo.

2007 fue un año sumamente extraño, Papá, en todos los sentidos, en el literal, el metafórico e incluso, en el meteorológico. Tu hijo, mi padre, y mi madre, tu nuera -- aunque siempre la llamaste tu hija- dejaron por fin la ciudad al poco tiempo de haberme ido yo del nido. Están bien y contentos, sabes. Se hacen compañía. Creo que ahora son un poco como Mamá y tú, aunque no recuerdo mucho. Pero supongo que en cierta forma ustedes nunca se adaptaron a vivir solos, porque realmente nunca lo estuvieron, ¿verdad? Siempre estuvimos todos ahí, cerca y lejos, pero ahí.

Yo sí que me estoy adaptando a la vida solo.
Y creo que lo estoy haciendo bien. Al menos eso espero.
A veces me siento solo (que no es lo mismo, por supuesto, que estar solo) pero creo que la soledad es parte del precio que yo pago por mi independencia, mi autosuficiencia. Y eso es lo que tengo justo ahora. Independencia. Ya no tengo una casa "de mi mamá" para volverme atrás, si algo no saliera bien. No tengo a nadie que me compre abrigo si tengo frío o medicina si estoy enfermo. Yo mismo respondo por mí ahora: mi comida me la compro yo; la tele es mía y yo pago la luz.

Me gusta vivir en Gijón. No quiero irme a otra parte (al menos no ahora). No sé si tú y María tuvieron esa sensación antes o si la Ciudad de México era una presencia tan grande en sus vidas qie no necesitaste pensar en nada más hasta que te fuiste a Cuernavaca -- yo recuerdo.
Fui a tu casa, por cierto. La han rescatado, finalmente, sus dueños legítimos (por don de tu esposa). No es tu casa ya, de hecho. Ni donde pasé los veranos de una parte de mi niñez. Es bonita, pero no me gusta ir. No creo que vaya a a volver.

La casa en que crecí, tampoco ya es mi casa. Literalmente, ha dejado de serlo. Es el mismo edificio --¡aunque tan cambiado!- pero no es mía. Sólo hay algunas pocas cosas de mí ahí y eventualmente serán menos, claro. Es ahora la casa de alguien más. Está bien, no puedo más que aceptar lo que no voy a cambiar.

Mi casa, mi hogar, es éste (no puedes verme, Papá, pero me estoy señalando el lado izquierdo del pecho) como tú me enseñaste alguna vez. Lo que importa es lo que lleve aquí.

Mi casa verdadera es mi corazón, aunque esté quebrado (sí, se quiebra fácilmente, lamento informarte que soy menos fuerte que tú) y es mío. Es lo que me basta y sobra. Como lo puse una vez en un poema que escribí -- escribo muy poca poesía, papá. No tengo aptitud, otro fracaso que me conforma, aunque algunas veces me aventuro sin pudor a intentarlo, aún a sabiendas de lo mediocre poeta que soy, si no es que sea de plano malísimo- llamado Conradiana:

Corazón de tinieblas he visto
Corazón de tinieblas he sido
Corazón de tinieblas he comido

Me atasco y me gusta,

Porque es amargo y
porque es mi corazón.

¿Será que es de las pocas cosas que puedo llamar realmente mías? Porque a veces, papá, no sé si realmente puedo llamar algo mío. Lo que antes consideraba mío, mi casa, mi familia, mi sangre, de pronto, ya no lo es.

Y claro, siempre el reproche: "Es que tú te fuiste".

Sí, yo me fui. Tú también tuviste que irte. Quizá con mayor permanencia que yo (aunque yo tampoco quiero volver atrás, no me da mi regalada gana y además, ahora, no puedo de cualquier forma), pero te fuiste y yo también me fui.

No me arrepiento, créeme. Me gustaría pensar que tú y Mamá, mi Harsh Mistress, estarían contentos. Aunque lo cierto es que tuve que esperar hasta que ella se reuniera contigo para saber que de verdad debía irme y a dónde debía irme. No podía haberla dejado, tú lo sabes, si no hasta que ella se fue a alcanzarte.

Es que tú te fuiste.
Y no voy a volver. Aprendí de ti que la distancia puede ser permanente, mas no implica que el cariño se erosione. Me gustaría creerlo.

Sigo escribiendo, Papá. Todos los días, aunque sea un poco. Este año escribí más que en cualquier otro. Este año se publicó mi novela, mi primer novela. Está dedicada (entre otros) a ti y a María, claro. Está dedicada a la gente a la que más quiero (o quise, o quería) en el mundo. A ustedes también, aunque con veinticinco (ahora veintiséis) años de retraso. Pero sigo escribiendo. A algunos les parece que no basta con lo escrito, me siguen considerando un proyecto a medias, donde otros me ven como un total fracaso. Tal vez sea eso mismo. Nunca me he puesto a pensar en lo que hago en la medida del éxito que pueda tener. Desde niño desconfío y me aburro hasta las lágrimas de todo aquél que vive exclusivamente para la persecución del triunfo. Se me antojan como vidas muy estériles, vividas exclusivamente para un sólo objetivo que si no se cumple, sala todo lo demás o peor, de cumplirse, entonces deja al triunfador tan solo y vacío en la cumbre.

Me gusta mi vida tal y como es, Papá.
Me gustaría pensar que tú la aprobarías y que seguirías queriéndome incondicionalmente como siempre fue, aunque eso no lo sé de cierto (lo supongo) porque no es igual entre los siete y los treinta y tres y ciertamente tú no habrías aprobado en otros, las decisiones que yo tomé. ¿Las habrías aceptado en mí sólo por el hecho de amarme, o me habrías demostrado rechazo y encono? No lo sé. Algunas veces pienso que sí, otras que no. Estás muerto y tiendo, como todos, a idealizarte por ello. Pero, al vivir, eras humano. Propenso a errores y aciertos como yo y como cualquiera. Dios sabe que aún pese a los esfuerzos implacables de tu mujer, no soy de ninguna manera perfecto (y lo único que quería era eso, que lo fuera. A veces creo que María tenía unas expectativas demasiado altas de mí, pero no puedo ser penitente por tal cosa, papá). Si pude sobrevivir al rechazo de tanta gente que se supone que por simple consanguineidad debería amarme, podría quizá haber sobrevivido al tuyo, aunque te confieso que me alegra no tener que haberlo encarado nunca. Prefiero, aunque sea posiblemente algo ilusorio con que me consuelo yo solito, pensar que te gusta mi vida y que estás orgulloso, y que sigues como siempre, mi cómplice, mi mentor, mi padrino, el primer gran amor de mi vida.

2007, que se acerca inexorable al fin de la página, como éste texto y se va, para que se abra otra página limpia, nuevecita. 365 entradas en una página, una pantalla (¿podrías haber entendido el concepto de esta supercarretera de la información, papá?) que representan no sólo una promesa cumplida, sino un ejercicio en el que me di por completo, como lo hago ahora en esta carta contigo. Darme. Eso es lo que hago, ¿sabes? No sé si mejor o peor, pero es lo que aprendí a hacer: a darme y no a tomarme.

Y reitero, Papá. No me arrepiento, ni culpa siento de nada que yo haya hecho.
Espero que donde te encuentres ahora, donde un día nos reuniremos a hablarlo, estés de acuerdo y asientas al leerme.

Hablaremos en un año, te contaré los cambios que haya. Este me hizo muy dichoso y me dolió profundamente, pero también me trajo enseñanzas. No me he perdido.

Te piensa siempre y te adora,
tu nieto y ahijado,

Ernesto Miguel

4 comentarios:

Sebastiana dijo...

:)

Anónimo dijo...

Feliz año bueno, Miguel. Aunque el año nuevo traerá lo bueno y lo menos bueno, inevitablemente. Pero tienes esa capacidad especial para hacer balance del blanco y el negro y saber quedarte con lo bueno de la mezcla.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Ves porque te quiero mi vida!!!
Tu fan Num. 1
C.P.

Anónimo dijo...

No creo que no hubiera aceptado a quien sos ahora Miguel. Después de todo, sos una excelente persona y eso creo que sería el mayor anhelo de tu abuelo.

Besos mil en este 2008.
P.