domingo, 20 de mayo de 2007

Odisea


Ayer, en mi día silencioso en Gijón -- hoy domingo no es muy distinto, sigue lloviendo sin parar, cosa que realmente no me molesta- decidí después de firmar "mañana nunca sabe", que haría algo, cualquier cosa para romper el silencio (que es en sí, lo que puede llegar a no gustarme del todo).

Ergo, decidí irme al cine. Como la película que quería ver (Zodiac, de Fincher, aunque ya la hubiera visto en enero) la daban en los cines Yelmo en la Calzada -- donde sólo había ido una vez y en coche, con Nuria y Javier- decidí que por qué no, y fui.

La película, como ya la había visto antes no me gustó menos -- ni siquiera por el hecho de estar doblada, de lo cuál les hablaré otro día, pero aquí casi todo el cine llega doblado, adiferencia de México, donde sólo se doblan las películas "familiares" o "para niños"-, y pesqué un buen lugar a ciegas, ya que aquí las butacas son numeradas pero resultó ser que elegí bien, al centro y casi hasta arriba, como me gusta.

Lo interesante y el inicio de mi odisea, vino al final.

Cuando salí del cine, eran casi las diez de la noche y seguía lloviendo, menos que cuando llegué, pero llovía y había bajado la niebla. Como había una larga cola para los taxis y no me dieron ganas de gastar en uno, decidí caminar de vuelta a casa.

Craso error.

Es verdad que la mejor manera de conocer una ciudad cuando recién te has mudado a ella es perderte, y de hecho, en eso pensaba al ver la película: ahora vivo aquí. Esto significa que voy a hacerlo más o menos a menudo, ciertamente más veces solo que acompañado, así que más me valía descubrir algún modo de encontrarme mi caminito.

No me dio más. Eché a andar aprovechando que aún había luz natural y armado con un paraguas comprado en una tienda de Chinos (sí, aquí también ha habido una proliferación de esas tiendas y lo venden todo muy barato, desde cubertería hasta adornos de casa) por lo que no me sentí intimidado: tenía La Flauta Mágica en el iPod y dije, en un santiamén llego.

Pero sucedió lo que ya había previsto: me perdí.

De repente me encontré en un amasijo de calles por las que nunca había pasado y siendo todas ellas casi en su totalidad bloques de viviendas, a esa hora estaban casi desiertas. "No pasa nada," me dije "yo soy valiente, no puedo perderme demasiado como para no saber cómo volver a mi casa y no me va a ocurrir nada. Julie Andrews está conmigo."

Pero creo que por ser sábado, Julie había decidido tomarse la tarde y lo más probable es que ella también estuviera en el cine, o cenando con amigos en algún restaurante cálido y bonito, con un menú excelente.

Caminé y caminé. Y luego caminé un poco más. Ya para entonces, el primer acto de La Flauta Mágica estaba acabándose. Por fin, salí a una avenida grande; supuse que ésta tendría señalamientos que me sacarían a un punto fácilmente reconocible de la ciudad y con un poco de suerte, hasta el centro, que es donde ahora soy vecino, si bien estoy más cerca de San Lorenzo que de Playa Poniente. Me di ánimos y seguí andando, hasta que de repente, el suelo se levantó para encontrarse conmigo.

Caí cuan largo y ancho soy.

Que no cunda el pánico, realmente no me pasó nada ni causé estropicios: es sólo que en Gijón, cuando llueve, las aceras suelen ser algo resbalosas (aunque yo llevara zapatos con suela de goma) y más si algún paisano dueño de una pulpería (por ejemplo) a la hora de cerrar, echa agua jabonosa (por ejemplo) a la calle y uno se resbala.

Total, que azotó la res.

Me dolía la pierna izquierda (auch) y el fondillo. Y de pronto, tuve unas intensas ganas de soltarme a llorar.

No es esta la primera vez que me caigo en Gijón, hay que decir la verdad; en 2005 me resbalé espectacularmente con una caca de perro en plena calle corrida, bajo la lluvia y ahí aterricé de maceta (de milagro no me abrí la cabeza como coliflor) y en 2006 me resbalé también en casa de unos amigos, mientras llevaba un plato para una cena -- al plato no le pasó nada, pero hice un 'split' bastante ridículo-. Es que soy muy torpón, tengo las patas de trapo y no me fijo al caminar. Soy un auténtico desastre, como diría mi abuela María: Ay, hijo. Nunca te fijas.

Tampoco es la primera vez que me dan ganas de llorar en Gijón.

Pero me aguanté como los merititos hombres, me levanté como buenamente pude, me volví a poner los audífonos y seguí andando, acompañado por Tamino y Pamina y Papagena (mi personaje favorito de este singspiel) y me perdí un poco más.

Como se me empañaban los lentes y sin ellos soy virtualmente ciego (cosas de la maldita miopía que tengo congénita) tuve que aminorar el paso mientras engrosaba la niebla, mirando los letreros de las calles cuando los encontraba, pero sin apartarme de las grandes avenidas. Por fin, encontré que estaba cerca del acuario de Gijón y a unos pasos de Marqués de San Esteban, que fue la primera calle que conocí de esta ciudad, cuando vine por primera vez en el verano de 2004 (en realidad no hace tanto, pero para mí se siente como toda una vida).

Ya bajo los arcos del Marqués, me di cuenta de otra cosa. Tenía unas apremiantes, urgentes, incontrolables ganas de ir al water. Pero como soy de pudoroso (sí, aunque no lo crean, uno tiene su pudor), no quise pasar por algún bar, sólo para hacer pis. Dije, "me aguanto, soy muy hombrecito"... pero la verdad era que estaba empapado, cojeando y un poco asustado, así que pudo más el sentido común que mi recién descubierta condición de "hombrecito" y al ver luces en casa de Julián y Coqui, no pude evitar, muerto de vergüenza, llamar al timbre para subir y salirles con mi embajada: "perdón, pero necesito usar tu baño..."

Antes de que se me olvide, la cereza en el pastel, vino a unos metros de su portal, cuando esperaba el cambio de luces en Álvarez Garaya, cuando un Megáne de conductor anónimo, pasó rapidísimo y acabó de bañarme con agua de un charco.

Julián y Coqui, que son poco menos que unos santos, me dieron un té caliente, una toalla -- toda vez había pasado a su bathroom en suite- y me preguntaron qué me había pasado.

Les conté.

Pero, ¿por qué no nos llamaste?

Lo pensé. Lo cierto es que ayer no pensé en llamar a nadie; ni hoy tampoco. Si voy a vivir solo en esta ciudad por tiempo indefinido, buscándome la vida y experimentándola, ¿cómo podría atreverme a traerle mis problemas o mis cuitas a alguien más, por amigos que sean? He descubierto que, de repente, me abochorna tener que llamar por teléfono y lo evito. No es que haya perdido confianza con mis amigos de aquí. Es sólo que me apena llamar por teléfono.

Coqui me dijo que no fuera tonto y me dio paracetamol.

Volví a casa más tarde, más confortado y contento. Siguió lloviendo hasta ahora, que es domingo y sigue pareciendo Macondo.

Pero me siento menos ajeno a la ciudad. Un poquito al menos.

Y sigo pensándolo: soy un hombre. Soy valiente. No voy a permitir que me coma la tristeza, porque la tristeza, como el diablo, no existe.

Supongo.

Pero sepan, estoy bien, estoy calientito y sin consecuencias de golpe y remojo. Es sólo parte de la experiencia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Darling,

El corazón se me hace pasita al leerte porque te imagino y te acompaño a la distancia. Ahora estoy leyendo acerca del budismo y segun lo descrito dice asi: la existencia es dolor, hay que conocer la causa del sufrimieno, conocimiento del presente y la liberación del dolor....
bla,bla,bla... Lo real es que uno siente cosas fisicamente o mentalmente, y lo unico que se desea es un abrazo... pedirlo es dificil pero siempre hay alguien que nos reconforte... pide y se te concederá...
te quiero

Miguel Cane dijo...

Hannita de mi corazón,

abrazo recibido y multiplicado por muchos.

Estás aquí conmigo todos los días.

Te quiero mucho yo también.

Besos y abrazos por casa.

M

Filiberto López dijo...

Lo bueno es que llevabas contigo "Die Zauberflöte." No hay mal que no se quite con una de las arias de coloratura de la Reina de la Noche, que es mi personaje favorito, o con esa aria de "Mmm mmm mmm mmm" de Papageno (mi segundo personaje favorito), o esa pegajosa tonada de "Der vogelfinder bin ich ja..."

Saludos, y recuerda que las penas con Mozart, son menos.

Miguel Cane dijo...

Querido Fili,

Sí, son menos y con Wagner uno se pone realmente Valkírico, igual que con Joan Baez...

Pero estoy bien, mein freund. Lo extraño mucho a usted, pero estoy bien y sano.

Quizá este verano vaya a Kafkalandia o a Lusitania. We shall see.

Te mando un gran abrazo y cariños a Rocío y las fieras.

Abrazos Wagnerianos!