viernes, 4 de mayo de 2007

Oui, Je Suis un Voyeur, Madame!


Pues ya estoy instalándome en lo que, de ahora en adelante, será mi ciudad.

Esta mañana me levanté muy tempranito y me lancé a caminar por el Muro, como se le conoce al paseo que se extiende a todo lo largo de la playa. Ahora sí que me sentí como náufrago, qué con la misma ropa que traía puesta ¡cuando salí de mi casa hace tres días! -- pero feliz.

Todo es nuevo: el super, la playa, las calles, el barrio, la gente...

Hablando de la misma, les contaré mi primera aventura en esta ciudad.
Bueno, son dos, pero la primera no cuenta como aventura, sino más bien como anécdota.

Gijón, mi Finisterre, es una ciudad pequeña, por lo tanto, no es raro que de manos a boca te encuentres a alguien conocido en la calle. Así es el caso conmigo: he conocido a mucha gente en estos viajes previos a mi estancia, que no es raro que me conozcan algunas personas. Así, esta mañana iba yo de náufrago rumbo al banco para arreglar algunos asuntos de mi cuenta de ahorro, cuando veo a una chica rubia que se acerca y digo; la conozco. Esto era en la acera oeste de la calle Marqués de Casa Valdés, que es una de las que corren paralelas a mi calle. La chica me era terriblemente familiar hasta que la reconocí al tenerla a menos de dos metros de distancia: Irela, la esposa de mi amigo Alfonso Roa.

Alcé mi mano con timidez y ella abrió los ojos azules, enormes: "¡Ya estás aquí!" Me dio dos besos (tengo que acostumbrarme que aquí son dos) y me contó que ella y Alfonso -- que son los padres de un hermoso niño llamado Oscar- ya sabían que llegaba, pero aún no tenía noticias mías y estaban con pendiente. Toda vez resuelto ésto y con promesas de reunirnos, seguí mi andar, y en otra acera, vi a una joven madre empujando a su bebé en un carrito. El bebé, como de un año y medio, comenzó a sonreírse conmigo y yo le correspondí... hasta que la madre se volvió a verme y me dijo "¿Vas a hacerle sonrisas a mi hijo, pero a mí no?"

Era Sonia Menéndez Buelga, la hermana menor de mi amigo Ceferino, que es de mi edad y el bebé, ahora reconocido, es Carlos, a cuyo nacimiento casi me toca asistir, ya que vino al mundo cuando yo vine por primera vez al Festival de Cine de Gijón, en el invierno de 2005. Sonia me dio dos besos (no me equivoqué) y me acompañó una parte del camino. Y aunque no se lo dije, el habérmela encontrado (como me encontré a Irela) me hizo sentir como en casa. Sentir que de un modo u otro, de aquí soy. Que no estoy solo, ni perdido en el espacio.

Ahora, la aventura que da título a esta entrega:

Resulta ser que mis amigos Julián y Coqui, su esposa, amén de ser padres de la hermosa Candela, son unos anfitriones magníficos, especialmente con los náufragos. Julián literalmente me ha dado la camisa de su espalda y eso no podré acabar de agradecérselo. Y bueno, pues me recibieron a cenar anoche, dado que aún no me he abastecido del todo, aún si tengo un supermercado en la planta baja. Coqui preparó algo de picar y Julián y yo preparamos la estrategia para rescatar mi equipaje (eso se los cuento después, sólo diré que involucra a la Guardia Civil y a la aduana y que Iberia me ha perdido como cliente).

Estábamos en medio de la cena, cuando de pronto, oímos voces desde la calle. Ellos viven en un tercer piso, que podría ser el quinto, porque es un edificio muy alto. Las voces no se oían muy claras, pero lo suficiente como para llamar nuestra atención: un hombre y una mujer, en amena gresca.

Coqui: [Alarmada] ¡Son novios!
Miguel: [Morboso] ¿Será? ¡Se la va a sonar!
Julián: [Burlón] ¡Cómo sois! ¡Marujas! (, viejas argüenderas)

Lo cierto es que no podíamos despegarnos de la ventana, como si estuviésemos haciendo imitaciones de Jimmy Stewart en La ventana indiscreta. De hecho, Julián, no sin sarcasmo, nos apagó la luz para que pudiéramos observar sin ser vistos. La discusión subía de tono por momentos; ella se alejaba y volvía, mientras él se tiraba en la banca de un parabús, con la cabeza entre las manos y lloraba a moco tendido.

Primero pensábamos que, efectivamente, era un pleito pasional, hasta que vi sentado al sujeto y descubrí, mediante su lenguaje corporal, y sentado de señorita, que se trataba de un (poco) distinguido miembro de mi equipo de cricket. "Éste es maraca," dije yo. "El pleito es un asunto no pasional, sino de amigos. ¿Serán drogas?"

Coqui coincidió conmigo en señalar que podría tratarse de ello: el chico se estremecía mucho y la amiga parecía tratar de calmarlo. Pero la cosa siguió subiendo de tono y pasándose de tueste.

Le aposté 2€ a Coqui (el suelto que traía en el bolsillo) que antes de cinco minutos, el energúmeno que hacía elefantino berrinche, le propinaría a la chava un soplamocos marca guantazo y le sacaría sangre de la nariz. Ninguno ganó su apuesta, porque finalmente, el desesperante desesperado, se lanzó a cruzar la calle a lo puritito loco y nos dejó picados, mientras la otra inocente pobre amiga, corría detrás de él.

¡Ay, ilusa! Y lo peor es que nos priva de esta escena de la cotidiana y balzaquiana soap opera a la que ya estamos acostumbrados.

Lo que más me sorprende, pensaba yo al subir por la calle corrida, hacia mi leonero en las alturas, es que habitualmente, estas cosas ni me van ni me vienen, pero a razón de la novedad, he descubierto que ésto también es parte de la ciudad en la que vivo, y que éste voyeurismo que tengo, es una característica inherente mía, que florece ante este cambio de vida.

Se me hace que mañana voy a preguntar cuánto cuesta un catalejo o un telescopio para mi terraza...

Addenda:

A sugerencia de una lectora de este blog (mi prima Rocío Sevilla) quedan invitados a participar en un miniconcurso creativo: ¿qué final le pondrían ustedes al conflicto presenciado por la ventana? ¿Se la suena? ¿Se lo suena ella con su bolsita? ¿Se suben a un autobús? ¿Los agarra la patrulla? Cuenten, dejen volar sus imaginaciones...
Hay premio para el/la ganador (a).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una curiosidad: ¿cuántos besos se dan en Méjico? espero que no sigais la costumbre francesa, uf, eso es interminable,jejejejeje
B7s

senses and nonsenses dijo...

esa es la ventaja y el inconveniente de estar en una ciudad pequeña. el anonimato es difícil.
un cinéfilo debe ser un voyeur en todos los casos, no soy la excepción.

un abrazo vouyero,
no bollero, que sería otra cosa...

Miguel Cane dijo...

En México se da uno solo, faraona.

Pero yo te daré algunos. Espero que pronto.

Mientras, b7s.

Miguel Cane dijo...

Senses/Sensei:

¡Pues vale! Seamos, pues, "boyers"... aunque yo, bollero, pues tampoco...

Un abrazo